Una vez pasado el verano, en el estado español asistiremos a dos plebiscitos, uno así declarado abiertamente por sus convocantes, que son las elecciones catalanas de septiembre. Dos meses después asistiremos a un nuevo plebiscito, ahora a nivel estatal, y con los resultados catalanes sobre la mesa. Un plebiscito entre el «bunker» del PP/Ciudadanos, que defienden la Constitución contra viento y marea (no va con segundas, ¿o sí?); los «reformistas» del régimen, que quieren mudar sin tocar la esencia de la constitución, y los que hablan, ya de una manera clara o ambigua, de la necesidad de romper con ella.

Este es el cuadro de las discusiones entre «ahora en común», Mareas, Podemos, BNG-Asambleas Abiertas, etc. etc.; pero sin poner en el centro del debate en cual del segundo o el tercero bando se ubica cada uno. Del primero, doy por supuesto que ninguno esta en él.

Sin avanzar en esta definición es absolutamente imposible ponerse de acuerdo en el siguiente, en los códigos éticos o las formas de organización, pues es la función a que hace el órgano, no el revés.

Es posible hacer una otra política en el cuadro del régimen del 78, o dicho de otra manera, ¿qué se entiende por romper con la Constitución del 78? Porque ésta es la «madre» de todas las discusiones, cuya resolución facilitaría todas las demás.

El régimen del 78 se basa en tres pactos fundamentales en la Transición, uno, los Pactos económicos de la Moncloa, el primero gran pacto social entre una clase obrera en ascenso, con grandes luchas y conquistas, y la burguesía, de aquella todavía franquista, dos, los pactos autonómicos, donde bajo el lema «café para todos», se disolvían las reivindicaciones nacionales de Catalunya, Euskadi y Galicia, llegando al absurdo de construir una autonomía en Madrid; tercero, los pactos constitucionales, que en la Constitución del 78 sancionan y «avalan» delante de la población el continuismo del franquismo a la democracia, en sus instituciones fundamentales, la jefatura del estado y el ejercito, garantías de la unidad de la patria.

Todo esto con una ley de Punto Final vigente, la Ley Amnistía. Parecería que la burguesía «había concedido» las libertades democráticas, a cambio de la garantía de que no se investigarán los crímenes de la dictadura.

Todo esto, en un cuadro de revolución en Portugal, Grecia, Vietnam,… y bajo el influjo de la onda del mayo del 68. La burguesía española «cambiaba todo para no cambiar nada» y cumplir su sueño «europeo»; en los 80 entrábamos en la CEE (actual UE) y en la OTAN, después del famoso «OTAN de entrada, no». 40 años después vemos los resultados de esos pactos.

Pues bien,… Si es cierto que estas son las cuatro patas del Régimen del 78, es de lógica que cualquier cambio que se quiera hacer, si no queremos hacer las cosas a medias como sucedió en el 78, tiene que tocarlas. Del 78 lo que tenemos que rescatar son las libertades democráticas, amenazadas, y de que manera, por la Ley de Partidos y la Ley Mordaza. ¡Nada más!

¿Alguien concibe que es posible rechazar las políticas austericidas y de recortes de la UE y de los gobiernos, sin romper con ellos? ¿Alguien cree que es posible el derecho a decidir de las naciones bajo una constitución que lo rechaza explícitamente? ¿Alguien cree que es posible una mejora de las condiciones de trabajo bajo la lógica infame del pacto social sistemático, inaugurado por los Pactos de la Moncloa?

Sé que son, en muchos aspectos, preguntas «retóricas», pero es preciso hacerlas en alto para saber de que discutimos, (ya está bien de ese mantra, de que «todos sabemos contra lo que estamos», por que no es cierto, cuando profundizamos resulta que las diferencias son cualitativas), y hasta donde quiere llegar cada uno.

Es una cuestión de lógica formal, lo primero que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo en qué queremos cambiar, si el gobierno del PP por un progresista, dentro del marco de la UE y el régimen, «radicalizando la democracia»; si lo que queremos es un grupo parlamentario gallego, que sólo cuestione el régimen nos las dice de fiesta o en la propaganda; o, si lo que queremos es avanzar en la ruptura con el régimen y en la transformación social.

Para el primero viaje, llega con un acuerdo electoral donde se garantice una mayoría social que de lo gobierno a las fuerzas que lo defiendan, y desde ahí tomar algunas medidas progresista (incluso con una reforma de la constitución, como la derogación del artículo 135 de la Constitución) que «mejoren» las condiciones de vida del pueblo.

No son precisos grandes acuerdos políticos, sólo unos mínimos de «transparencia», «participación» ciudadana y «austeridad» en la gestión publica. Los grandes temas sociales y políticos que afectan a la población trabajadora, como la Reforma Laboral, el derecho a decidir de las naciones o las privatizaciones masivas, quedarían en un «ya veremos», y el régimen quedaría, con la limpieza necesaria, como está: sería la «radicalización de la democracia».

El segundo viaje parecería más radical, pues un grupo parlamentario gallego reafirmaría, en un principio, la conciencia nacional gallega; nación «escarallada» en definición de un galleguista y gran humanista como fue Isaac Diaz Pardo. «Nación escarallada» por el Estado Español, añadiría yo.

Si ese grupo parlamentario no quiere quedar como un grupo más en el parlamento español, tendría que plantearse cómo primera tarea trabajar por abrir un proceso soberanista en la Galicia, que debe llevar inexorablemente a la lucha por el ejercicio efectivo del derecho a decidir del pueblo trabajador gallego que tipo de relación quiere mantener con el resto de los pueblos y el rechazo desde la raíz de las políticas de la UE y los gobiernos.

Si no es este el objetivo central de ese grupo parlamentario gallego, el acuerdo no sería mas que una plataforma electoralista, dentro del cuadro del Régimen y de la UE.

Como la realidad es que la discusión de fondo es justo la política frente el régimen y la UE, vienen los problemas. Al no haber claridad en las diferencias POLITICAS, todo deriva en un lío entre métodos, personas y figuras, formas de hacer «política», y demás.

Cuáles son las diferencias políticas entre «ahora en común», «podemos» y la «marea», BNG; cuál es la posición que cada uno tiene ante el régimen del 78, el derecho a la autodeterminación y la derogación de TODAS (ABSOLUTAMENTE TODAS) las medidas del PPSOE, con el incluso método que ellos utilizaron para imponerlas: el decreto ley. Por mucho que uno investigue, no son claras; todo se pierde en un ovillo de “castas”, “herramientas de cambio”, republicas federales sin reconocer abiertamente que una federación solo se puede construir a partir de la soberanía de las naciones que deciden federarse, “todos contra el PP”, y demás generalidades.

Hay que retomar el debate donde lo dejamos el pasado año, cuando el proceso soberanista catalán estaba en su punto álgido, cuando las Mareas de lucha contra las privatizaciones confluían en la Marcha a Madrid el 22M, y cuando, a raíz de todo esto, dimitía el viejo rey. Cómo hacemos para desarrollar la movilización que permita abrir de nuevo las ventanas, que entre el aire nuevo de la lucha social y salir de los estrechos marcos de la “pelea” electoral, ceñida siempre los “cenáculos” de los partidos y las organizaciones «viejas» y «nuevas».

La gente, la clase trabajadora hace su historia con su lucha independiente y autoorganizada. Y esto es más que retórica, como parece que es para muchos. Algunos propusimos que el 25X se hubiera reconvertido en una gran asamblea popular, donde la gente de la calle hablara; no los dirigentes, no las figuras de la cultura, sino la población trabajadora. Ahora todos están a interpretar lo que sucedió el 25X, en vez de haberle dado la palabra directamente la gente.

La política implica maneras de organizar. Una política electoralista, del color que sea, implica el alejamiento de la población, a la que simplemente se le llama a votar, no a debatir y a hacer autoorganizadamente lo que decida hacer. Una política no electoralista, transformadora, presupone la actividad de la población trabajadora, pues sin ella no es nada; y los objetivos políticos determinan esta diferencia.

Por eso, para resolver los ovillos de las confluencias, para avanzar en la unidad, es preciso poner “la política en el puesto de mando”, y a partir de los acuerdos políticos, tomar las decisiones correspondientes sobre métodos de actuación y códigos éticos.20150804