Ahora que estamos metidos en la harina electoral, no está de más recordar el método educativo de Barrio Sésamo, cuando decian eso de «dentro-fuera», «arriba-abajo». A veces parece que estamos dominados por un infantilismo político muy grande. De conjunto ya sabemos que los conceptos de «izquierda» no están nada claros, puesto que los medios -y eso cala en la mentalidad de la gente- nos insisten en decirnos que PSOE y Unidas Podemos son de «izquierda».

Surge la primera pregunta, ¿»izquierda» en relación a quién? Porque si cogemos, por ejemplo, el programa político del PSOE en Suresnes, el congreso de los 70 que entronizó al dúo Gonzalez-Guerra, tanto el PSOE actual como UP o el BNG o En Marea serían de derechas. Las comparaciones son odiosas, sí; pero la historia está para aprender de ella, presentan programas neoliberales con tintes progresistas, donde el sistema capitalista y el regimen queda incólume… Y lo hacen cuando el capitalismo vive una de sus peores crisis.

Pero estos cuarenta años de democracia vigilada por los administradores procedentes del franquismo (Casa Real, Ejercito y poder judicial), han tenido otro efecto devastador en la izquierda: el virus del electoralismo. Las organizaciones de la izquierda asumieron como suyo el reaccionario lema de Alfonso Guerra, «prefiero 10 minutos de TV que 10 mil militantes». Obvio, si uno lo que pretende es sacar los mayor cantidad de diputados y diputadas posible, lo que «renta» es la cantidad de promesas electorales que desde la TV, medios de comunicación de masas por excelencia, al que se suman las redes sociales, se puedan lanzar.

¿Es lo mismo una habitual «promesa electoral» que una «propuesta de lucha»? Desde la izquierda electoralista, española o nacionalista (el PSOE ya sabemos que por mucho que la vistan de seda, derecha se queda) se está insistiendo mucho en propuestas electorales «rompedoras», aparentemente contundentes,… sin darse cuenta de que el carácter rompedor de una propuesta no está tanto en su contenido concreto, sino en a quién se dirige, cómo se pretende conseguir y, sobre todo, si cabe o no dentro de este régimen y sistema.

El derecho de un pueblo a decidir, en Gran Bretaña, Canadá, o Dinamarca, puede crear una crisis de gobierno como mucho, pero el régimen no sufre prácticamente nada. En el Estado Español, la exigencia de ese mismo derecho es prácticamente revolucionario, pues choca con las estructuras de un régimen que tiene una de sus patas en el centralismo.

La separación Iglesia-Estado en casi todos los estados influenciados por la cultura de la revolución francesa y yanki, es un hecho; en el Estado Español, fruto de su atraso que lo hace equiparable a países como Grecia, Rusia o países teocráticos, conquistar esa separación es, nuevamente, revolucionario, puesto que choca con una iglesia anclada en el aparato del Estado, del que no se ha separado nunca.

En el Estado Español tener un plan educativo homogéneo, que respete las lenguas y la historia de las naciones que lo componen, es revolucionario; porque enseñar el pasado es romper con él, y el régimen actual es heredero de un pasado que quieren ocultar. Por eso, cada vez que cambia de ministro se cambia de plan de estudios, si entra un «progresista» mejora la situación, si entra un «wert» cualquiera, se lía parda.

Pero lo central que define el carácter de una propuesta es cómo se plantea que se puede conseguir; y es lo que la diferencia de una «propuesta de lucha». Los electoralistas, aunque levanten incluso la revolución socialista, se destapan cuando la traducen en un «vótame», o «vota» para conseguirla; cuando introducen la menor confianza en que a través del voto se puede hacer, incluso, la revolución socialista. El «yo os prometo que si gobierno haré….» es el máximo de confianza en las instituciones del régimen para cambiarlo, y llama a la pasividad de la población trabajadora, a la espera de ese «yo os prometo» tras el voto emitido (ésta, y asistir a los mítines, es toda la actividad que se le pide a la población); a la espera del salvador iluminado que conseguirá vencer al dragón del Estado con la espada de su gran capacidad oratoria, como San Jorge.

La «propuesta de lucha» es exactamente lo contrario; no promete que «yo haré», sino que sólo a través de la lucha, y lo que conlleva de autoorganización, debate y politización, se podrán conquistar las exigencias sociales. No llama a confiar en ninguna persona, es lo opuesto al personalismo implicito en el electoralismo, sino a apoyarse en las decisiones colectivas. Llama a confiar en las propias fuerzas de la clase trabajadora autoorganizadas. Por ello, la contundencia de los mensajes no está en el qué se dice, sino cómo se pretenden resolver las necesidades sociales a los que responden.

Una oveja con piel de lobo, no deja de ser una oveja para el regimen y el sistema.