Trotsky escribe en 1924, seis años después de la revolución de octubre en la URSS, “Cuestiones del Modo de Vida”, donde dice que el ser humano no vive solo de “política” y que la atención en aquel momento debería volcarse a los detalles, a las cuestiones culturales, a los comportamientos, a la educación o sea, al modo de vida de las masas proletarias. Decía que era necesario reflexionar sobre el modo de vida y las costumbres para transformarlos. Mientras tanto, antes que todo, afirma que para construir un nuevo modo de vida es preciso cambiar las bases económicas y materiales de la sociedad, cuestión que ya estaba resuelta en la URSS, en aquel momento.

Actualmente, frente a la crisis ambiental que vivimos, la discusión sobre el modo de vida ha ganado mucha importancia. Y la pregunta que está planteada es si es posible establecer un modo de vida que respete los límites de los recursos naturales, dentro del propio capitalismo. Tomando como base el texto de Trotsky, creemos que su obra puede tener enorme utilidad sobre el tema.

El modo de vida capitalista y la preservación de los recursos naturales

El capitalismo construyó su modo de vida basado en la producción y en el consumo permanentes de mercaderías, toda vez que el consumo desenfrenado es la razón del mantenimiento del propio sistema. Eso explica, en parte, la razón de la gran explosión de las metrópolis urbanas, que históricamente sirvieron al capital para concentrar la fuerza de trabajo, la producción y el consumo de las mercaderías. La otra cara de ese proceso fueron las enormes consecuencias sociales y también ambientales, que no pasaron inadvertidas para Marx y Engels, como certifican ciertas partes de El Capital y del libro La situación de la clase trabajadora en Inglaterra.

Para la sobrevivencia del sistema, en el capitalismo el consumo es sinónimo de felicidad y el prestigio está directamente ligado a la capacidad de adquirir más y nuevas mercaderías. El consumo significa felicidad y bienestar y la conquista de un nivel superior en la competencia. Para eso, valores como el individualismo y la competencia son reforzados en todos los ámbitos para la formación de nuestra personalidad.

Junto con establecer esos valores como base de nuestro modo de vida, estrategias publicitarias y la obsolescencia de los productos (programada, perceptiva y tecnológica) nos mantienen presos a una lógica de consumo que garantiza la aceleración del ciclo de acumulación del capital, o sea, más rapidez en la producción y el consumo para concretar la ganancia.

Con esa lógica, el capitalismo no puede convivir con la producción de bienes durables y que puedan ser reutilizables, por eso, los bienes llamados “durables” fueron teniendo una disminución de su tiempo de vida, lo que se denomina obsolescencia programada. Como eso no es suficiente, otro método utilizado es la obsolescencia perceptiva, en la cual se utiliza el recurso del cambio de diseño de los productos, con nuevos retoques visuales, que lleva a una percepción de que un modelo se volvió antiguo o superado, poniendo nuevos modelos en el mercado e induciendo a su compra. Y para complementar, adiciona la tecnología con cuentagotas para que un pequeño cambio de capacidad tecnológica en el producto pueda obligar a su descarte y reposición por otro nuevo.

Las consecuencias ambientales de la obsolescencia planificada son devastadoras. Imagine la cantidad de basura electrónica, como celulares, computadoras, baterías y sus innumerables componentes tóxicos que van a los “basurales”, es decir, son descartados y sin el menor cuidado, en todo el mundo. En todo el mundo, no. La gran mayoría de esos componentes es descartado en países pobres y miserables, como las naciones africanas. La ONU estima que 80% de la basura electrónica del mundo va a parar a ese continente. Además, hay un enorme desperdicio de materias primas en la obsolescencia planificada. Materia prima que generalmente es extraída de esos países periféricos del sistema, con enormes consecuencias ambientales, al estilo Brumadinho, en Minas Gerais[1]. Imagine la enorme cantidad de acero, hierro y plástico que son usados en la fabricación de celulares que duran apenas un año o de automóviles cuya vida útil es estimada en cinco o seis años. Sin hablar de que, para baratear cada vez más las mercaderías, el capital instala industrias en esos países de la periferia del sistema para explotar mano de obra barata y recursos, como ocurre en Bangladesh, China, India, Vietnam, entre muchos otros países.

Además, la sociedad de consumo construida por el capitalismo se utiliza cada vez más de la inteligencia artificial. Esta tecnología permite asociar una simple búsqueda hecha en internet sobre un determinado producto a su perfil en las redes sociales. Es por eso que surgen anuncios cuando accedemos a la computadora o el celular. Esa asociación de nuestros datos personales, preferencias de consumo (e incluso hasta de lecturas y participación en grupos virtuales) procura integrarnos en determinados nichos de consumo.

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Los teóricos del capitalismo dice que eso significa libertad de mercado, competencia, pero esta llamada “libertad” en realidad significa una prisión milimétricamente calculada con muchos algoritmos, y alimentada por la propaganda a favor del consumo. Significa también la contaminación de ríos, suelos, del aire, y mucho más desperdicio. Significa, en fin, empujar toneladas de basura para los países de la periferia del sistema capitalista, evidenciando una “división internacional de la crisis ambiental”.

Pero eso también tiene consecuencias psicológicas. Con este modo de vida capitalista vienen las enfermedades relacionadas con la frustración y el estado permanente de ansiedad, pues la gran mayoría no consigue llegar al padrón de consumo idealizado. Esa calidad y cantidad de consumo son alcanzadas por apenas 20% de la sociedad, que también padece de los mismos problemas de salud provocados por la necesidad de estar siempre alerta, en estado de ansiedad, para mantenerse en el tope de la cadena de prestigio.

Para los pobres, que son la gran mayoría, la compra de un producto con mayor tecnología, más calidad y mejor apariencia es sinónimo de conquista de prestigio y aceptación en camadas superiores. Pero esa mayoría de la población apenas consigue tener acceso a mercaderías de menor calidad, la mayoría de las veces imitaciones de los productos soñados, y que son más rápidamente descartados. En general, el consumo de un producto de los sueños para ese sector, es puesto como objetivo de vida, por lo que se pasa años de trabajo para adquirirlo. Muchas veces, cuando lo consigue, antes mismo de terminar de pagarlo, lo pierde irónicamente en una inundación o un deslizamiento de tierra por el cual es alcanzado como consecuencia del desequilibrio ambiental.

Y, en realidad, el sistema capitalista está basado en una lógica tan absurda e irresponsable que si fuese posible extender el nivel de consumo de ese 20% o, el llamado “sueño americano de consumo” para toda la población, en los moldes de la producción del sistema capitalista, serían necesario recursos de cinco planetas Tierra más. De acuerdo con la WWF, la cantidad de combustibles fósiles consumida actualmente aumentaría diez veces, y la de recursos minerales, doscientas veces.

Por eso, para sostener ese modo de vida también es necesario instituir una visión de una naturaleza apartada, colocando la cuestión ambiental, la utilización de los recursos naturales o su agotamiento, como algo muy abstracto y separado de la realidad de cada uno. En ese marco, toda “individualización” del problema ambiental, es decir, las ideologías que arrojan el problema en la cuenta del individuo y buscan soluciones “individuales” para la crisis ecológica, ganan mucha utilidad para el sistema, puesto que refuerzan la alienación de los seres humanos con el producto de su trabajo y con la propia naturaleza.

Eso es necesario para imponer un ritmo que no es el de la naturaleza sino el del capital, impulsando la utilización irracional de los recursos naturales y provocando consecuentemente la crisis ambiental, pues la utilización de los recursos naturales no es compatible con el tiempo necesario para su recomposición.

De acuerdo con Trotsky: “Es el problema del modo de vida que nos muestra, más claramente que cualquier otra cosa, en qué medida un individuo aislado muestra ser objeto de los acontecimientos y no su sujeto. El modo de vida, es decir, el medio ambiente y los hábitos cotidianos, se elabora aún más que la economía “sobre las espaldas de las personas’”.

Por lo tanto, pensar la relación del sistema económico con la naturaleza, y la forma como el ser humano se relaciona con ella en el contexto del modo de producción capitalista es necesario para entender cómo llegamos a la crisis ambiental que vivimos y cuáles son las perspectivas de superarla. Y para eso es preciso pensar y elaborar conscientemente un modo de vida que respete los límites de los recursos naturales.

¿Es posible construir un modo de vida que cambie la relación de la sociedad con la naturaleza en el sistema capitalista?

Con la crisis ambiental creciendo a ojos vista en las últimas décadas, una parte de los ricos y administradores del capitalismo asumieron un discurso engañoso basado en el desarrollo sostenible dentro del propio sistema.

Esa definición surgió en la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, creada por las Naciones Unidas en 1972, en la Conferencia sobre Medio Ambiente en Estocolmo. En 1987, el Informe Brundtland formalizó el término, y en 1992, en la ECO-92, ese concepto definido como “satisfacer las necesidades presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de suplir sus propias necesidades” se tornó la principal discusión con la elaboración de la Agenda 21, o sea, el establecimiento del compromiso de cada país acerca de los problemas socioambientales. También consagró el concepto de desarrollo sostenible, ampliamente utilizado por gobiernos y grandes empresas capitalistas.

No obstante, como no podía dejar de ser, ese camino está cada vez más desmoralizado, pues aunque haya sido presentado en la década de 1970 no modificó la tendencia a la profundización de la crisis ambiental. En realidad, la supuesta producción sostenible fue incorporada por el propio capitalismo y se tornó una forma más de marketing, que es utilizada por las empresas para aumentar el consumo, a través de la propaganda de que sus productos tienen certificaciones ambientales como sello ecológico, sello verde, y otros. Es común ver propagandas en la TV sobre empresas automotrices, mineras e incluso hasta petroleras vendiendo una supuesta imagen de “sostenibilidad ecológica”.

Para dar aliento a esa gran mentira, los administradores del sistema capitalista, a través de organismos internacionales creados para discutir la cuestión ambiental, comenzaron a realizar cúpulas ambientales donde son establecidas metas de emisiones de carbono para los países. Otro fraude del sistema capitalista que también ya fue percibida, y movimientos como el Friday for future han cuestionado la aplicación de esas metas.

Frente a esta realidad, otras alternativas que se autodenominan “fuera del poder” han ganado muchos adeptos en los últimos años y están relacionadas con estimular un modo de vida más sostenible, defendiendo acciones individuales para enfrentar la crisis ambiental. De esa forma, algunas personas asumen un modo de vida alternativo, individualmente o en grupos, para practicar y mostrar una salida a la crisis ambiental. En ese contexto se inserta desde la economía solidaria, el comercio justo y solidario, el Lowsumerism (ser más consciente y consumir menos), hasta reciclar, concertar, intercambiar, etc. Todo ese movimiento se basa en que el cambio tiene que venir de la conciencia de cada uno.

Lamentablemente, aunque esos movimientos partan de una cuestión real y necesaria, que es la preocupación con la crisis ambiental y con el futuro de la humanidad, la verdadera causa no se encuentra en el ámbito individual. Como dice Trotsky en Cuestiones del Modo de Vida, para que haya cambios de hábitos de comportamiento y de un modo de vida en su totalidad es necesaria una revolución social que destruya las bases económicas del modo de vida capitalista, es decir, construir nuevas relaciones de producción en que la naturaleza sea transformada en un bien común a toda la humanidad, y no solo a una pequeña parte que destruye el planeta y gana más dinero con eso.

De acuerdo con Trotsky, “no se puede racionalizar el modo de vida, es decir, transformarlo según las exigencias de la razón, si no se racionaliza la producción, visto que el modo de vida tiene sus raíces en la economía”, o sea, en la apropiación privada o colectiva de los recursos naturales.

Eso no significa que para Trotsky la lucha relacionada con las cuestiones del modo de vida tenga que ser relegada y menospreciada hasta que se puedan transformar las bases materiales y económicas de la sociedad. Tiene que ser parte de la lucha de la clase trabajadora desde ya. Además, el surgimiento de tecnologías sostenibles, como la agroecología o la agricultura sintrópica, apuntan hacia un modelo de agricultura mucho más racional y en equilibrio con los sistemas naturales que los modelos volcados a la producción de commodities. Así como existen proyectos urbanos que pueden servir para auxiliar por fin la dicotomía entre la ciudad y la campo. O incluso, el desarrollo actual de tecnologías, que disminuyan el uso de combustibles fósiles y permitan una transición hacia otras matrices energéticas. Podemos también citar la necesaria ampliación masiva del reciclaje, un tema que hace al propio Marx dedicar un capítulo en El Capital.

Todo eso, sumado a la lucha contra la destrucción y la mercantilización de la naturaleza son esenciales para la construcción de cualquier sociedad futura pautada en el fin de la explotación del trabajo y de la naturaleza.

Al final, es mucho más difícil construir el socialismo en un planeta devastado por las fuerzas destructivas del capital. Pero no es solo eso. Solo en una sociedad en la cual la reproducción humana sea lo central (y no de la mercadería), puede hacer florecer de verdad modos de vida más ecológicamente sostenibles, sintrópicos, pautados en la colaboración (y no en la dominación) de los procesos naturales. La construcción de una nueva sociabilidad y de un nuevo modo de vida será mucho más fácil si ella está apoyada en elementos que ya existen en nuestro mundo, pero que son marginados por el capitalismo.

Pero es imprescindible entender que dentro del sistema capitalista cualquier conquista en este campo será incompleta, parcial, desvirtuada y provisoria, ya que el sistema capitalista es incompatible con las mismas.

Y eso queda evidente cuando vemos, en el caso de la cuestión ambiental, varios movimientos que son incorporados por el sistema, transformando algunos hábitos de preservación ambiental en un nicho más de mercado, capaz de hacer que las personas mantengan el consumo. Un ejemplo concreto en el Brasil es el consumo de alimentos orgánicos, que es restringido a una pequeña parte de la población que tiene condiciones financieras para adquirir este tipo de alimento que es mucho más caro, mientras que para la mayoría, el amplio consumo es de alimentos producidos con agrotóxicos, muchos de ellos prohibidos en varios países. La mayor parte del pueblo pobre no tiene la opción de escoger entre un alimento envenenado o no.

Así, todas las tentativas de modificar el modo de vida en el capitalismo serán insuficientes, pues es imposible competir con la máquina del sistema, montada para establecer un modo de vida dirigido por el mercado.

Podemos concluir que es necesario que los movimientos o individuos que identifican en el actual modo de vida las causas de los problemas ambientales avancen hacia la conciencia de la necesidad de destruir las bases económicas de la sociedad capitalista. Y, al mismo tiempo, es preciso que avancemos en un programa, incluso basándonos en varias experiencias existentes, que contemple un modo de vida compatible con la utilización y la preservación de los recursos naturales en una sociedad socialista, que es la única que puede establecer las bases para una relación sostenible con la naturaleza.

Si tomamos como referencia el pensamiento de Trotsky, la transformación revolucionaria de las bases económicas es la primera etapa del cambio revolucionario de la sociedad capitalista, y la toma del poder político por el proletariado es la condición preliminar para la transformación de las tradiciones conservadoras en las relaciones sociales. A partir de ahí, es necesario todo un lento proceso de autoeducación para establecer un nuevo modo de vida.

La historia de la humanidad y la propia realidad actual muestran que una relación colectiva o comunitaria con la naturaleza, es decir, sin la presencia de la propiedad privada, es mucho más eficiente en la preservación de los ecosistemas. Es justamente por ese motivo que territorios indígenas sirven como ejemplo de preservación ambiental en el Brasil, saliendo en imágenes de satélite como “manchas verdes” de selvas preservadas en medio de la devastación del agronegocio. Pero incluso esos regímenes de base común son amenazados por el avance del capitalismo, como vemos con las embestidas del gobierno Bolsonaro contra las tierras indígenas.

La construcción de una sociedad socialista exige la creación y el florecimiento de un nuevo modo de vida para crear una sociedad ambientalmente sostenible. Para la superación de la crisis socioambiental es preciso la construcción de otra lógica de producción y de consumo en la sociedad, pautada en una relación racional con la naturaleza. Para eso, es preciso cambiar las bases económicas y materiales que permitirán a una sociedad socialista desarrollar una nueva ética y un modo de vida que respete los límites de la naturaleza, superando la alienación producida por la propiedad privada y los valores establecidos sobre la base de esta alienación. Sin esa condición, como dice Trotsky, “es imposible pensar en una verdadera racionalización del modo de vida de las masas populares”.

[1] La ruptura de la presa de Brumadinho en 2019, en la ciudad homónima de Minas Gerais, fue el mayor desastre ambiental de la minería del país, en pérdidas de vidas humanas y en nivel industrial y ambiental. La represa estaba calificada como de “bajo riesgo” y “alto potencial de daños” por la empresa Vale S.A. que es la que la controla. La represa es un reservatorio destinado a contener los residuos sólidos y el agua resultantes de los procesos de extracción de minerales. Su ruptura provocó un enorme impacto ambiental, con contaminación de los recursos naturales (ríos, etc.), destrucción de ambientes naturales, reducción de la población, extinción de especies, etc. Algo similar había ocurrido ya en 2015, en la presa de Mariana, también en Minas Gerais, ndt.

Traducción: Natalia Estrada.