La cacicada de la instalación de ENCE en la ría de Pontevedra, como la de Alcoa en la Mariña lucense o la térmica de Meirama junto con la mina de las Encrobas (hoy cerradas) fueron algunos de los ejemplos de la industrialización impuesta que Galicia tuvo en su historia, y que en su momento provocaron fuertes movilizaciones sociales de rechazo por las nefastas consecuencias que tuvieron en la sociedad.

Ahora enfrentamos un debate llave para el futuro de Galicia, pues mientras toda una comarca lucha duramente contra el cierre de Alcoa que supondría la pérdida de miles de puestos de trabajo, en el otro extremo del territorio, en Pontevedra, se saludan las amenazas sobre ENCE como un hecho progresivo.

Una «revolución» industrial tardía

A pesar de que Galicia tuvo la primera siderurgia industrial del estado en Sargadelos, por mor de la existencia de fuerzas sociales contradictorias progresivas y reaccionarias, el «experimento» del Marqués de Sargadelos fue al fracaso; en un siglo en el que, en zonas de Europa, Inglaterra principalmente, comenzaba lo que se dio en llamar «la revolución industrial», la industrialización y proletarización de la sociedad que se desarrollaría a lo largo del siglo XIX.

En el Estado español este proceso, salvo Catalunya, Euskadi y zonas muy concretas, no cogería fuerza hasta después del triunfo franquista en la Guerra Civil, que tras el resultado de la II Guerra profundizó su dependencia de los capitales multinacionales de los EE.UU y demás potencias («Bienvenido Mr. Marshall»). Esta combinación entre el centralismo impuesto por la dictadura, inversiones internacionales y debilidad del capital español agravaron las tendencias reaccionarias de esa industrialización.

En estas condiciones, el estado vino a sustituir al capital privado en las inversiones en la industria pesada. Altos Hornos y siderurgia, Astilleros, Refinerías de petróleo, Telefonía, Energía, etc., eran propiedad pública, mientras el capital privado se dirigía a los sectores con una menor inversión, industria ligera (alimentación), y después del Plan de Estabilización de finales de los 50, a la construcción y el turismo.

Esta industria pesada estatal (ahora le llamarían «electro intensiva») no estaba creada para competir en los mercados mundiales con los grandes conglomerados multinacionales yanquis, alemanes o japoneses; sino para suministrar a la industria ligera unos insumos a precios controlados por el estado y no sujetos, como ahora, a las presiones de los mercados y la especulación.

Paralelamente a esta industrialización se producía la «proletarización» de la sociedad española con la mecanización del campo. La expulsión de millones de jornaler@s y pequeñ@s propietari@s junto con la debilidad del capital español, incapaz de absorber esa masa de trabajadores y trabajadoras, provocó una onda emigratoria en las comunidades donde la industrialización iba mucho más atrasada. Galicia, Andalucía, Extremadura, las Castillas, Canarias, … vieron como millones de personas salían de ellas hacia los centros industriales europeos, en la península (Catalunya y País Vasco) y la capital (Madrid).

El Estado español hizo su «revolución industrial» con 100 años de retraso, y eso la marcó para siempre, pues el capital español tuvo que entrar en los resquicios del mercado mundial que dejaban los grandes capitales multinacionales: el turismo y la construcción.

En este cuadro Galicia profundizó su carácter dependiente, de aportar mano de obra barata y materias primas a las industrias de más valor añadido, localizadas casi siempre fuera de su territorio, y, tras las privatizaciones masivas de los años 80, que llevó a cierres de muchas industrias (Mafriesa, Sidegasa, el metal de A Coruña, Ascon, etc.) y la venta de otras (INESPAL a Alcoa, Tabacos a Altadis, ENCE, etc.), siempre con la «espada de Damocles» de la deslocalización.

Porque esto es lo que tiene mantener una industria basada en los bajos salarios y la precariedad, que siempre hay uno más abajo; y las grandes multinacionales no piensan en términos nacionales sino mundiales. Si es más barato producir en Arabia Saudí que en Coruña, Avilés o San Cibrao, se va para allá (¡este es el fondo de la crisis de Alcoa!).

El tener exclusivamente este tipo de industria hace de Galicia un «sitio de paso» para el capital, pues su papel no es tener la industria de alto valor añadido, estable; sino la que aporta o bien las materias primas (madera, pescado, energía, …) o bien bajos salarios. La industria de alto valor añadido, avanzada tecnológicamente, está en otros lugares. Por ejemplo, aquí se produce la leche virgen e importamos los productos manufacturados derivados, y en esto, el estado a través de la Xunta con Fraga a la cabeza son los responsables directos de esta situación al negarse a constituir un «grupo lácteo gallego».

La proletarización de la sociedad y la emigración

La inexistencia de una «revolución» industrial en Galicia, tras la destrucción de la siderurgia de Sargadelos y de la proto industria del lino en el siglo XVIII, hizo que su contrapartida, la proletarización de la sociedad, no se produjera de una manera clara, ni siquiera hoy.

A comienzos del siglo XXI continúa a ser carne de emigración, de tal manera que según el Instituto Gallego de Estadística 319.727 gallegos y gallegas fueron expulsad@s de su tierra de origen en los últimos años, y la población actual bajó de los 2.700.000 habitantes. A pesar de que la población gallega cada vez más se agrupa en zonas urbanas o peri urbanas, el 70%, lo cierto es que su proletarización es un fenómeno muy contradictorio.

Para entendernos, la proletarización de la sociedad no es una categoría moral -ni es buena ni mala por definición, está en relación con la estructura social- sino económica y social. El capitalismo con su desarrollo rompe la relación del ser humano con la tierra y con los medios de producción de bienes de consumo diario (alimentación, vestido, vivienda, etc.).

Mientras en las sociedades no capitalistas la familia era una «unidad de producción» de esos bienes (la familia patriarcal de la Biblia o del derecho romano) el capital, al destruir esa propiedad familiar la reconvierte en una «unidad de consumo», obligando a sus componentes a hacerse con los bienes que antes producía con el salario, es decir, vendiendo su fuerza de trabajo en una fábrica, en una oficina, en un centro de trabajo; en fin, proletarizándose.

En casi toda Europa, incluido el Estado español, este proceso de «proletarización y urbanización» ya está terminado, y en el mundo va camino de concluir (el 70% de la población mundial ya vive en zonas urbanas, segundo a OIT). El último gran país que lo completó fue China, que desde los años 90 hasta hoy «proletarizó» -separó a las personas de sus medios de trabajo, la tierra, el artesanado, etc.- a 800.000.000 de seres humanos.

En Galicia, aunque ahora ya está muy avanzado, lo cierto es que la emigración masiva provocada por la dependencia del Estado español tuvo mucho que ver en este retraso pues los que quedan aún tienen muchas relaciones con la tierra (el llamado «proletariado simbiótico»); de hecho, la «proletarización» de la sociedad gallega se hizo fuera, en la emigración. La separación de las personas de la tierra y de la fabricación de sus bienes de consumo y el envío a las fábricas y centros de trabajos se hizo en la Argentina, en Cuba, en la Alemania, en Madrid, Catalunya o el País Vasco (el gallego es el tercer idioma en esta nación).

Así, hallamos que Galicia, si no hubiera habido emigración, tendría hoy, más o menos, 5.000.000 de habitantes, lo que haría que muchas de las discusiones que hoy se dan sobre las industrias como ENCE no existirían. La sociedad gallega estaría lo suficientemente diversificada como para no expulsar a su juventud (más de 20.000 salieron en la última década), en un proceso de verdadera «limpieza étnica».

Por una alternativa de clase

Bajo este análisis, los defensores de la cacicada como si no fuera lo que fue, un despropósito, perderían cualquier base «argumentativa». La cacicada de la instalación de ENCE, como de la Refinería, de las Térmicas, o de Alcoa, son parte del problema de la emigración masiva, pues impidió la diversificación de la economía gallega, haciéndola depender del monocultivo de industria electro intensiva; pero la solución no es mecánica ni simplista.

Veamos esta lógica; como ENCE es «mala», cerrémosla. Pero también es «mala» la Refinería, Ferroatlántica, Alcoa… Pues cerrémoslas todas, ¿no?, y volvamos a la Galicia del mono cultivo de carne para Gran Bretaña como en el siglo XIX, o la economía de autosuficiencia, desindustrializada, que generó olas emigratorias como la actual. O vayamos a «ciudades de servicios», como propone el Sr. Lores frente el posible cierre de ENCE. Las «ciudades de servicios» son «ciudades» para turistas (¿eso es lo que quiere el BNG para Pontevedra, una ciudad de turistas como alternativa a ENCE?), y como dicen l@s trabajador@s de Alcoa, «solo del turismo no se vive».

Una sociedad diversificada precisa de eso, de diversificación productiva, porque no se puede vivir sólo del mejillón y el marisqueo y los llamados «sectores productivos», como si no fueran tan «sectores productivos» los astilleros de Vigo y Ferrol, el aluminio de Padrón y Pontecesures (Cortizo, Exlabesa, etc.), las madereras también responsables del eucalipto, los polígonos industriales cerca de todas las ciudades y villas gallegas, etc.

Al igual que se rechaza el cierre de Alcoa, la alternativa no es echar a la industria ya instalada sin otra salida para la gente trabajadora que construir «ciudades para turistas», sino nacionalizarla bajo control de los trabajadores y trabajadoras, y que partiendo de la defensa de todos los puestos de trabajo elabore planes de un futuro sostenibles, bajo criterios ecológicos.

Por otra parte, hay sectores que defienden que como ya está instalada, lo que hay que exigir son inversiones y mejoras cara el futuro sin tocar la propiedad privada de ENCE. Es ingenuo, por no decir que claudica a la mentalidad neoliberal capitalista, pensar que los dueños de ENCE como los de la Refinería de A Coruña, van a hacer inversiones a favor de las necesidades sociales. En la Refinería de A Coruña se hicieron movilizaciones para exigir a la empresa que haga inversiones de mejora y evitar su posible cierre, lo que es pedirle al zorro que guarde el gallinero. La tragedia de Galicia es que nadie levanta una alternativa diferente a la de los caciques del PP, del PSOE y de los capitalistas, que no sea el puro cierre y la pérdida de miles de puestos de trabajo.

Una salida política: la soberanía nacional y el socialismo

ENCE, como mucha de la industria localizada en Galicia, es fruto de decisiones sobre una nación en la que el papel reservado tras siglos de luchas populares es la exportación de mano de obra y materia prima. Su existencia está ligada a la de esta relación de dependencia, pero existe y de ella dependen miles de puestos de trabajo de los que Galicia no puede permitirse el lujo de desprenderse, pues sería dar un paso más en su caída en el precipicio de la «limpieza étnica».

Por eso se hace imprescindible construir una alternativa que vaya a la raíz del problema, romper los frenos que tiene Galicia para determinar su futuro sobre la base de la resolución de las necesidades sociales.

El objetivo de una sociedad social y económicamente diversificada, donde quepan industrias «electro intensivas» e industria de alto valor añadido, que cierren el proceso productivo desde la plantación de árboles hasta la fabricación de muebles y derivados de la madera tiene que ser lo que mueva la lucha contra los caciques de ENCE: ¿alguien piensa que si se va de Galicia, se van a llevar con ella los eucaliptos cuando tiene una fábrica en Navia, Asturias, a escasos 30 km de Ribadeo? De igual manera que en la leche y cualquiera otro sector productivo, la cuestión no es cerrar lo que hay, sino transformarlo y ampliar la base productiva.

Pero como vimos esto choca frontalmente con la estructura del Estado español, con el papel (el «encaje») dentro de él que tiene el pueblo trabajador gallego. Por eso, solo desde la perspectiva de la clase trabajadora, y de los que trabajan en ENCE son tan galleg@s y tan trabajador@s como los del Alcoa o la Refinería, es posible dar una vía de solución que no sea o claudicarles a los caciques como hace CC.OO, o a la clase media funcionarial de Pontevedra, como hace el BNG.

La tarea es levantar propuestas para romper con la estructura del Estado español y poder planificar nuestra industria, para resolver las necesidades sociales, en un cuadro de profunda internacionalización de las relaciones sociales de producción. Como se vió, el problema de «eucaliptización» de Galicia no se resolvería con la marcha de ENCE, pues tiene la fábrica de Navia; sino con una lucha de la clase obrera contra los mismos enemigos, los dueños del capital que es lo que está en el fondo de la decisión cacique de ENCE esté en la ría de Pontevedra.

Todo esto pone en la orden del día a lucha por una alternativa social que rompa con las estructuras políticas y sociales del capitalismo, el régimen del 78, y la propiedad privada de los medios de producción, que planifique democráticamente los recursos naturales y económicos al servicio de las necesidades sociales, comenzando por la principal hoy por hoy, la sostenibilidad ecológica.

Y a esto se llama luchar por «sociedad socialista».

Que teñen que ver ENCE, a revolución industrial e a emigración?

A cacicada da instalación de ENCE na ria de Pontevedra, como a de Alcoa na Mariña lucense ou a térmica de Meirama xunto coa mina das Encrobas (hoxe pechadas) foron algúns dos exemplos da industrialización imposta que Galicia tivo na súa historia, e que no seu momento provocaron fortes mobilizacións sociais de rexeitamento polas nefastas consecuencias que tiveron na sociedade.

Agora enfrontamos un debate chave para o futuro da Galicia, pois mentres toda unha comarca loita duramente contra o peche de Alcoa que suporía a perda de miles de postos de traballo, no outro extremo do territorio, en Pontevedra, saúdanse as ameazas sobre ENCE como un feito progresivo.

Unha «revolución» industrial tardía

A pesar de que Galicia tivo a primeira siderurgia industrial do estado en Sargadelos, por mor da existencia de forzas sociais contraditorias progresivas e reaccionarias, o «experimento» do Marqués de Sargadelos foi ao fracaso; nun século no que en zonas de Europa, Inglaterra principalmente, comezaba o que se deu en chamar «a revolución industrial», a industrialización e proletarización da sociedade que se desenvolvería o longo do século XIX.

No Estado Español este proceso, salvo Catalunya, Euskadi e zonas moi concretas, non collería forza até despois do triunfo franquista na Guerra Civil, que tras o resultado da II Guerra profundou a súa dependencia dos capitais multinacionais dos EEUU e demais potencias («Benvido Mr Marshall»). Esta combinación entre o centralismo imposto pola ditadura, investimentos internacionais e debilidade do capital español agravaron as tendencias reaccionarias desa industrialización.

Nestas condicións, o estado veu substituír ao capital privado nos investimentos na industria pesada. Altos Fornos e siderurgia, Estaleiros, Refinarías de petróleo, Telefonía, Energia, etc., eran propiedade pública, mentres o capital privado dirixíase aos sectores cun menor investimento, industria lixeira (alimentación), e despois do Plan de Estabilización de finais dos 50, á construción e o turismo.

Esta industria pesada estatal (agora chamaríanlle «electro intensiva») non estaba creada para competir nos mercados mundiais cos grandes conglomerados multinacionais ianquis, alemáns ou xaponeses; senón para fornecer á industria lixeira uns insumos a prezos controlados polo estado e non suxeitos, como agora, ás presións dos mercados e a especulación.

Paralelamente a esta industrialización producíase a «proletarización» da sociedade española coa mecanización do campo. A expulsión de millóns de xornaleiros e pequenos propietarios xunto coa debilidade do capital español, incapaz de absorber esa masa de traballadores e traballadoras, provocou unha onda emigratoria nas comunidades onde a industrialización ía moito máis atrasada. Galicia, Andalucía, Estremadura, as Castillas, Canarias, … viron como millóns de persoas saían delas cara aos centros industriais europeos, na península (Catalunya e País Vasco) e a capital (Madrid).

O Estado Español fixo a súa revolución industrial» con 100 anos de atraso, e iso marcouna para sempre, pois o capital español tivo que entrar nas físgoas do mercado mundial que deixaban os grandes capitais multinacionais: o turismo e a construción.

Neste cadro Galicia profundou o seu carácter dependente, de achegar man de obra barata e materias primas ás industrias de máis valor engadido, localizadas case sempre fóra do seu territorio, e, tras as privatizacións masivas dos anos 80, que levou a peches de moitas industrias (Mafriesa, Sidegasa, o metal da Coruña, Ascon, etc.) e a venda doutras (INESPAL a Alcoa, Tabacos a Altadis, ENCE, etc.), sempre coa «espada de Damocles» da deslocalización.

Porque isto é o que ten manter unha industria baseada nos baixos salarios e a precariedade, que sempre hai un máis abaixo; e as grandes multinacionais non pensan en termos nacionais senón mundiais. Se é máis barato producir en Arabia Saudita que en Coruña, Avilés ou San Cibrao, vaise cara alá (leste é o fondo da crise de Alcoa!).

O ter exclusivamente este tipo de industria fai de Galicia uno «sitio de paso» para o capital, pois o seu papel non é ter a industria de alto valor engadido, estable; senón a que achega ou ben as materias primas (madeira, peixe, enerxía, … ) ou ben baixos salarios. A industria de alto valor engadido, avanzada tecnoloxicamente, está noutros lugares. Por exemplo, aquí prodúcese o leite virxe e importamos os produtos manufacturados derivados, e nisto, o estado a través da Xunta con Fraga á cabeza son os responsables directos desta situación ao negarse a constituír un «grupo lácteo galego».

A proletarización da sociedade e a emigración

A inexistencia dunha «revolución» industrial en Galicia, tras a destrución da siderurxia de Sargadelos e da proto industria do liño no século XVIII, fixo que a súa contrapartida, a proletarización da sociedade, non se producise dunha maneira clara, nin sequera hoxe.

A comezos do século XXI continúa a ser carne de emigración, de tal maneira que segundo o Instituto Galego de Estatística 319.727 galegos e galegas foron expulsados da súa terra de orixe nos últimos anos, e a poboación actual baixou dos 2 700 000 habitantes. A pesar de que a poboación galega cada vez máis se agrupa en zonas urbanas ou peri urbanas, o 70%, o certo é que o seu proletarización é un fenómeno moi contraditorio.

Para entendernos, a proletarización da sociedade non é unha categoría moral -nin é boa nin mala por definición, está en relación coa estrutura social- senón económica e social. O capitalismo co seu desenvolvemento rompe a relación do ser humano coa terra e cos medios de produción de bens de consumo diario (alimentación, vestido, vivenda, etc.).

Mentres nas sociedades non capitalistas a familia era unha «unidade de produción» deses bens (a familia patriarcal da Biblia ou do dereito romano) o capital, ao destruír esa propiedade familiar reconvértea nunha «unidade de consumo», obrigando aos seus compoñentes a facerse cos bens que antes producía co salario, é dicir, vendendo a súa forza de traballo nunha fábrica, nunha oficina, nun centro de traballo; en fin, proletarizándose.

En case toda Europa, incluído o Estado Español, este proceso de «proletarización e urbanización» xa está terminado, e no mundo vai camiño de concluír (o 70% da poboación mundial xa vive en zonas urbanas, segundo a OIT). O último gran país que o completou foi China, que desde os anos 90 até hoxe «proletarizou» -separou ás persoas dos seus medios de traballo, a terra, o artesanado, etc.- a 800 000 000 de ser humanos.

En Galicia, aínda que agora xa está moi avanzado, o certo é que a emigración masiva provocada pola dependencia do estado español tivo moito que ver neste atraso pois os que quedan aínda teñen moitas relacións coa terra (o chamado «proletariado simbiótico»); de feito a «proletarización» da sociedade galega fíxose fóra, na emigración. A separación das persoas da terra e da fabricación dos seus bens de consumo e o envío ás fábricas e centros de traballos fíxose na Arxentina, en Cuba, na Alemaña, en Madrid, Catalunya ou o Pais Vasco (o galego é o terceiro idioma nesta nación).

Así, achamos que Galicia, se non houbera emigración, tería hoxe, máis ou menos, 5 000 000 de habitantes, o que faría que moitas das discusións que hoxe se dan sobre as industrias como ENCE non existirían. A sociedade galega estaría o suficientemente diversificada como para non expulsar á súa mocidade (máis de 20 000 saíron na última década), nun proceso de verdadeira «limpeza étnica».

Por unha alternativa de clase

Baixo esta análise, os defensores da cacicada coma se non fose o que foi, un despropósito, perderían calquera base «argumentativa». A cacicada da instalación de ENCE, como da Refinaría, das Térmicas, ou de Alcoa, son parte do problema da emigración masiva, pois impediu a diversificación da economía galega, facendo-a depender do monocultivo de industria electro intensiva; pero a solución non é mecánica nin simplista.

Vexamos esta lóxica; como ENCE é «mala», pechemosla. Pero tamén é «mala» a Refinaría, Ferroatlantica, Alcoa… Pois pechemos todas, non?, e volvamos á Galicia do mono cultivo de carne para Gran Bretaña como no século XIX, ou a economía de autosuficiencia, desindustrializada, que xerou ondas emigratorias como a actual. Ou vaiamos a «cidades de servizos», como propón o Sr Lores fronte o posible peche de ENCE. As «cidades de servizos» son «cidades» para turistas (iso é que quere o BNG para Pontevedra, unha cidade de turistas como alternativa a ENCE?), e como din os traballadores de Alcoa, «só do turismo non se vive».

Unha sociedade diversificada precisa diso, de diversificación produtiva, porque non se pode vivir só do mexillón e o marisqueo e os chamados «sectores produtivos», coma se non fosen tan «sectores produtivos» os estaleiros de Vigo e Ferrol, o aluminio de Padrón e Pontecesures (Cortizo, Exlabesa, etc.), as madeireiras tamén responsables do eucalipto, os polígonos industriais preto de todas as cidades e vilas galegas, etc.

Do mesmo xeito que se rexeita o peche de Alcoa, a alternativa non é botar á industria xa instalada sen outra saída para a xente traballadora que construír «cidades para turistas», senón nacionalizala baixo control dos traballadores e traballadoras, e que partindo da defensa de todos os postos de traballo elabore plans dun futuro sustentables, baixo criterios ecolóxicos.

Por outra banda hai sectores que defenden que como xa está instalada, o que hai que esixir son investimentos e melloras cara o futuro sen tocar a propiedade privada de ENCE. É inxenuo, por non dicir que claudica á mentalidade neoliberal capitalista, pensar que os donos de ENCE como os da Refinaría da Coruña, van facer investimentos a favor das necesidades sociais. Na Refinaría da Coruña fixéronse mobilizacións para esixirlle á empresa que faga investimentos de mellora e evitar o seu posible peche, o que é pedirlle ao raposo que garde galiñeiro. A traxedia de Galicia é que ninguén levanta unha alternativa diferente á dos caciques do PP, do PSOE e dos capitalistas que non sexa o puro peche e a perda de miles de postos de traballo.

Unha saída política: a soberanía nacional e o socialismo

ENCE, como moita da industria localizada na Galicia, é froito de decisións sobre unha nación na que o papel reservado tras séculos de loitas populares é a exportación de man de obra e materia prima. A súa existencia está ligada á desta relación de dependencia, pero existe e dela dependen miles de postos de traballo dos que Galicia non pode permitirse o luxo de desprenderse, pois sería dar un paso máis na súa caída no precipicio da «limpeza étnica».

Por iso faise imprescindible construír unha alternativa que vaia á raíz do problema, romper os freos que ten Galicia para determinar o seu futuro sobre a base da resolución das necesidades sociais.

O obxectivo dunha sociedade social e economicamente diversificada, onde caiban industrias «electro intensivas» e industria de alto valor engadido, que pechen o proceso produtivo desde a plantación de árbores até a fabricación de mobles e derivados da madeira ten que ser o que mova a loita contra os caciques de ENCE: alguén pensa que se se vai de Galicia, vanse a levar con ela os eucaliptos cando ten unha fábrica en Navia, Asturias, a escasos 30 km de Ribadeo?. De igual maneira que no leite e calquera outro sector produtivo, a cuestión non é pechar o que hai, senón transformalo e ampliar a base produtiva.

Pero como vimos isto choca frontalmente coa estrutura do estado español, co papel (o «encaixe») dentro del que ten o pobo traballador galego. Por iso, só desde a perspectiva da clase traballadora, e os de que traballan en ENCE son tan galegos e tan traballadores como os do Alcoa ou a Refinaría, é posible dar unha vía de solución que non sexa ou claudicarle aos caciques como fai CCOO, ou á clase media funcionarial de Pontevedra, como fai o BNG.

A tarefa é levantar propostas para romper coa estrutura do estado español e poder planificar nós nosa industria, para resolver as necesidades sociais, nun cadro de profunda internacionalización das relacións sociais de produción. Como se viu, o problema de «eucaliptización» de Galicia non se resolvería coa marcha de ENCE, pois ten a fábrica de Navia; senón cunha loita da clase obreira contra os mesmos inimigos, os donos do capital que é o que está no fondo da decisión cacique de ENCE estea na ría de Pontevedra.

Todo isto pon na orde do día a loita por unha alternativa social que rompa coas estruturas políticas e sociais do capitalismo, o réxime do 78, e a propiedade privada dos medios de produción, que planifique democraticamente os recursos naturais e económicos ao servizo das necesidades sociais, comezando pola principal neste momento, a sustentabilidade ecolóxica.

E a isto chámase loitar por «sociedade socialista».