León Trotsky en El Programa de Transición (1938)

Tras diez años de recortes, ajustes y una crisis económica impenitente que no daba tregua, el 8 de marzo de 2018 el movimiento feminista con apoyo de los sindicatos de clase y combativos, convocó una Huelga feminista que se convirtió en capitalizador de la indignación social. En 2019, el 8M que fue referencia mundial, volvió a ser una grandísima jornada de lucha estatal con huelga, paros y movilizaciones por todo el territorio. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Por: Laura Requena

Aquel enorme ascenso de la lucha de las mujeres, que tenía como antecedentes el 15M o las movilizaciones de 2014 que derrotaron los planes de Rajoy para restringir aún más nuestro derecho al aborto, expresaba el descontento de los sectores más oprimidos dentro de este sistema. Y no hay duda de que ayudó a una toma de conciencia colectiva que aún permanece, de la que el caso Rubiales fue una muestra. No es casual que la extrema derecha haya hecho del antifeminismo y el discurso lgtbifóbico parte de su identidad. Un discurso que por efecto de la polarización social que existe, termina calando también en un sector de la clase obrera.

Los partidos del régimen y la burocracia sindical sacaron buena lección de aquel ascenso. Cada uno desde su posición, movieron ficha para sacar la lucha de las calles y desviar las reivindicaciones a la vía muerta de las instituciones. Ya entonces desde Corriente Roja, alertábamos del peligro de que la “huelga feminista”, en la que muchas trabajadoras no se sentían interpeladas a parar, por la sencilla razón de que las huelgas no se decretan ni se imponen, sino que hay que construirlas desde abajo, acabase convirtiéndose en un día lúdico. Un día en el que los gobiernos responsables de nuestra situación encabezan las movilizaciones a golpe de batucada, mientras empresarios de la hostelería aprovechan el día para hacer caja.

Después llegó la pandemia y el recrudecimiento de la crisis, cuyas catastróficas consecuencias, aún estamos pagando. A medida que se profundiza la crisis capitalista que es también política, social y medioambiental, la situación de las mujeres trabajadoras y pobres se vuelve cada vez más dramática. No hay más que ver que seguimos encabezando las cifras de la pobreza, paro y temporalidad. O el goteo de los desahucios, las listas de espera en Sanidad y Dependencia o las siniestras estadísticas de mujeres asesinadas. En medio de este desolador panorama, un 8M más, gobiernos e instituciones; todos ellos al servicio de los negocios de la burguesía, sacarán pecho de su gestión, en pro de la igualdad.

Si para PP y Vox el camino pasa por reivindicar la «feminidad» del ideario católico, achicar el Estado y dejar nuestras vidas en manos del mercado, las ministras de este gobierno llamado progresista, volverán a pavonearse y a alardear de las leyes, pactos y medidas feministas que aprobaron o «piensan aprobar», sin presupuestos ni recursos de ningún tipo. Nos hablan de «los cuidados» mientras aumentan de forma estratosférica el gasto militar en detrimento de unos Servicios Sociales que están saturados, de una Educación infradotada y que sigue, en gran parte, en manos de la Iglesia y de un Sanidad que sangra por todos lados. Se declararán una vez más solidarias con Palestina, mientras su gobierno vende armas a Israel para que siga asesinando mujeres y niñas palestinas.

Da igual. Al día siguiente de tanto jolgorio, fotos de portada y pomposas declaraciones, la atención a menores, mayores, personas enfermas o en situación de Dependencia, seguirá recayendo en nosotras. Millones de mujeres desayunaremos mientras anuncian una nueva víctima de violencia machista por televisión y algunas correremos a trabajar, atenazadas por la enésima reforma laboral de la «muy feminista» Señora Díaz, que disparó una precariedad laboral que, para nosotras, siempre fue la norma.

Mientras, el movimiento feminista de Madrid vuelve a salir dividido a la calle por la transfobia de un sector y como expresión de que el feminismo se ha convertido en territorio de disputa institucional y en Cataluña llaman a una huelga feminista con la cobertura legal de CGT a nivel estatal. Sin duda, sobran motivos para ello. Pero como dijimos al inicio, la huelga es una herramienta poderosa de la clase (de hecho, las mujeres encabezamos más de la mitad de las huelgas que se hicieron en 2023), a condición de que sea decidida democráticamente, llamando a asambleas decisorias en los centros de trabajo, estudio etc. De lo contrario, se desvirtúa y queda reducida poco menos que a un eslogan que se llena de significantes vacíos. Los carteles de la CGT de este año llaman a una huelga feminista «para sacudir el patriarcado y el capital» o «liberar tu energía vital primigenia».

Un ejemplo de lo que sí defendemos, es la huelga general feminista convocada en Euskadi el pasado 30 de noviembre, para exigir al gobierno vasco y navarro un sistema de cuidados con condiciones laborales dignas, público y universal, una huelga que logró la adhesión de más de 1500 comités de empresas. Reivindicamos la huelga general por los derechos de las mujeres, cuando esta es construida de forma unitaria y es parte de una jornada estatal de lucha que denuncie también la situación laboral de quienes no pueden parar, como son migrantes sin papeles o trabajadoras en la economía sumergida.

¡No hay salida a la violencia machista y a la desigualdad, sin lucha obrera! ¡Hay que cambiar las reglas del juego de este sistema capitalista y este régimen antidemocrático!

Desde Corriente Roja reivindicamos un 8M de solidaridad internacionalista, de lucha de clases y combativo. En el que salgamos a la calle para exigir el fin del genocidio israelí, para mostrar nuestra solidaridad con las mujeres ucranianas que resisten la invasión de Putin o con las trabajadoras argentinas que enfrentan el plan de Milei para borrar del mapa las conquistas de las mujeres.

Un 8m que sirva para unificar muchas luchas. La de las estudiantes, que ven cada vez más difícil estudiar y muy negro su futuro laboral. La de las trabajadoras del SAD de Alcalá del Río contra la privatización del servicio y la de tantas otras, en tránsito continuo entre el paro y la precariedad. La de las pensionistas en riesgo de pobreza. La de todas, ante la ausencia de recursos suficientes para atajar la violencia machista cotidiana y acabar con unas instituciones que perpetúan esta. Y la lucha de todes, para parar los ataques a nuestras condiciones de vida, vengan de donde vengan y gobierne quien gobierne.

Solo desde la movilización, las mujeres podremos derrotar el intento de dar marcha atrás en nuestros derechos y avanzar en aquellos que aún no tenemos. La lucha por medidas concretas, urgentes, obligatorias y sobre todo, dotadas de recursos, para lograr empleo y salarios dignos acordes a la inflación, acabar con la brecha salarial y en pensiones, o para que el Estado se responsabilice del trabajo de cuidados. Estas medidas tienen que ser defendidas por el conjunto de la clase trabajadora, con las mujeres al frente como parte de la batalla estratégica por acabar con el capitalismo. Porque no es posible poner fin a la opresión, sin destruir las bases de la explotación mediante la toma del poder por la clase trabajadora y la construcción de una sociedad socialista en todo el mundo. Y para que ello pueda ser una realidad, es una tarea central hoy, la construcción de un partido socialista y revolucionario estatal e internacional.