Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.

Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”

Testamento de Trotsky

Trotsky (nacido Lev Davidovich Bronstein, el pseudónimo lo tomó de un carcelero) nació en el seno de una familia judía campesina acomodada, en la pequeña aldea ucraniana de Bereslavka, aunque joven marchó a estudiar a la ciudad de Odessa. Él no fue el único bolchevique de la familia, su hermana pequeña Olga también lo fue.

Con 16 años comenzó su actividad militante, y poco después fue ganado para el marxismo por la que sería su primera esposa Aleksandra Sokolovskaya. Impulsó la organización “Unión obrera del sur de Rusia”, por lo que fue detenido, pasando dos años en prisión, y siendo deportado a Siberia.

Sin embargo, Trotsky escapó de la deportación, y recaló en Londres, donde conoció a Lenin, Plejanov y Martov. Trotsky pronto se integró allí en el periódico Iskra, donde Lenin intentó infructuosamente que formara parte del equipo editor.

En 1903 Trotsky participó del segundo congreso del Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia, donde se alineó con los mencheviques, abandonándolos poco después. Por muchos años, Trotsky no fue parte ni de los bolcheviques ni de los mencheviques, intentando la re-unificación del partido.

En 1905, volvió a Rusia para participar de la Revolución, en la que llegó a ser el líder del soviet de San Petersburgo. Con la derrota de la Revolución, Trotsky volvió a ser detenido, encarcelado y posteriormente deportado a Siberia. Como en la primera ocasión, Trotsky escapó para recalar nuevamente en Londres. Durante sus años de exilio, residió también en Austria y Suiza.

Con el estallido de la I Guerra Mundia, Trotsky fue en Francia corresponsal de guerra. En ésta época, Trotsky rechazó el apoyo de los partidos social-demócratas a la guerra, participando de la conferencia socialista anti-guerra de Zimmerwald, junto con Lenin, Zinoviev, Radek o Rakovsky, de la que redactó sus conclusiones finales.

Debido a sus actividades políticas, Francia deportó a Trotsky al Estado Español, de donde fue deportado a su vez a EEUU. Viviendo en el Bronx de Nueva York, la Revolución Rusa, para la que llevaba años militando, comenzó.

La primera revolución obrera victoriosa

Trotsky llegó a Rusia el 17 de mayo de 1917. Sin embargo, su viaje de vuelta hasta allí no fue nada sencillo, ya que fue internado en un campo de concentración británico al intentar viajar.

Tras llegar, fue elegido miembro del soviet pan-ruso, y a partir de septiembre fue elegido presidente del soviet de San Petersburgo, como en 1905. En este periodo revolucionario, Trotsky también conoció el presidio, siendo detenido en el mes de agosto, durante 40 días.

Trotsky, que durante años había combatido la concepción de partido de Lenin, se unió al Partido Bolchevique en julio, siendo integrado en su Comité Central y convirtiéndose en su indiscutible “número 2”. De hecho, fue Trotsky quien, desde su posición en el Comité Militar Revolucionario, organizó la insurrección de octubre, que daría el poder a los soviets y al Partido Bolchevique.

Trotsky fue nombrado uno de los 7 primeros miembros del Politburó del Partido y entró a formar parte del gobierno revolucionario como “Comisario del Pueblo” (ministro) de Asuntos Extranjeros, encabezando la negociación de Brest-Litovsk, que sacó a Rusia de la I Guerra Mundial.

Sin embargo, su mayor desafío aún estaba por venir. A partir de 1918, Trotsky encabezó la creación e impulso del Ejército Rojo desde su legendario tren acorazado, que pasó de no existir a movilizar a varios millones de soldados, y fue capaz de derrotar en una cruenta guerra civil a la contrarrevolución de los generales rusos y a la intervención de 16 ejércitos extranjeros.

La lucha contra la burocratización

Aunque la guerra civil fue victoriosa, no fue indemne. La clase trabajadora, que había protagonizado la Revolución, había conformado el núcleo central del ejército rojo, dispersándose y muriendo en gran número durante la guerra civil. Los superviviente habían abandonado las ciudades, que quedaron vacías, para dispersarse por las zonas rurales donde, al menos, podían cultivar algo para sobrevivir. La situación era tal que el dinero, simplemente, había dejado de tener valor porque no había qué comprar.

Además, las exigencias de una brutal guerra habían militarizado al extremo la sociedad. El Partido Bolchevique eliminó al resto de partidos, que habían boicoteado el esfuerzo de guerra y atentado contra el gobierno (Lenin, por ejemplo, fue disparado). Dentro del partido, se habían prohibido las fracciones de manera temporal. Por su parte, el partido mismo había cambiado su composición, con un peso cada vez más decisivo de funcionarios del Estado y cada vez menor de la clase obrera.

Tras el final de la guerra, la democracia soviética nunca recuperaría su contenido. Esto coincidió con la enfermedad de Lenin, que desde 1921 hasta su muerte, en enero de 1924, estuvo la mayor parte del tiempo impedido. Lenin, que había roto sus relaciones con Stalin, ya detectó el grave comienzo de la burocratización de la Revolución, y preparó una alianza con Trotsky en el 12º Congreso del Partido. Stalin, Zinoviev y Kamenev conformaron una alianza, la “troika”, que empezó a preparar el relevo de Lenin.

Trotsky fue ovacionado en ese Congreso, con Lenin aún vivo pero definitivamente paralizado, y aunque defendió la necesidad de recuperar la democracia, no se enfrentó pública y directamente con la troika, sino que trató de ganar “discretamente” al Comité Central. A la vez, 46 conocidos dirigentes del partido se dirigieron en el mismo sentido al CC.

En enero de 1924 se celebró una conferencia partidaria donde, esta vez sí, Trotsky planteó públicamente sus posiciones. Sin embargo, para ese momento, la troika ya tenía un férreo control del aparato del partido, y las posiciones de Trotski quedaron completamente aisladas. Aunque Trotski seguía formalmente siendo parte de la dirección del partido, en la práctica estaba ya separado. Sus seguidores empezaron a ser depurados de las posiciones de responsabilidad. En 1925, Trotski fue cesado como jefe del Ejército Rojo.

A pesar de ello, Trotski siguió defendiendo férreamente la disciplina del partido. Él decía en esta época que “justo o injusto, es mi partido y lo apoyaré hasta el final”. Es más, Trotski permaneció en silencio en el 13º congreso del Partido, a pesar de que Zinoviev y Kamenev habían empezado a enfrentarse con Stalin. Durante todo este periodo, Trotski estuvo enfermo. De hecho, estuvo ausente del entierro de Lenin al encontrarse fuera de Moscú y ser saboteado por Stalin.

Además de la cuestión de la recuperación de la democracia, y de cuestiones económicas, el gran enfrentamiento entre Stalin y Trotski fue la teoría del “socialismo en un sólo país”, defendida por Stalin. Él defendía que la Unión Soviética podía desarrollarse de manera autónoma hasta el socialismo, coexistiendo pacífcamente con el imperialismo mundial. Trotski defendía la posición tradicional de los bolcheviques: era necesario mantener la lucha por extender internacionalmente la revolución socialista, especialmente, a los países más desarrollados. En realidad, Stalin estaba ya defendiendo la visión de un estrato social privilegiado y conservador, que defendía mantener a toda costa el status quo y no tenía ninguna intención de impulsar revoluciones que pusieran en riesgo su posición.

Ya en 1926, Trotsky se unió a Kamenev y Zinoviev para enfrentar a Stalin. Uno de los grandes caballos de batalla fue la Revolución China, que fue duramente derrotada por la política estalinista, similar a la política menchevique. La Internacional Comunista, bajo dominio estalinista, orientó al Partido Comunista Chino a no defender la revolución socialista, sino a integrarse en el Koumintang, un partido nacionalista-burgués, que terminó masacrando a los comunistas.

Stalin, firme ya en su posición gubernamental, comenzó a tomar medidas severas contra los oposicionistas, que trataron de organizar manifestaciones independientes del gobierno en el décimo aniversario de la Revolución Bolchevique. Estas manifestaciones fueron reprimidas por la fuerza, y Trotsky y Zinoviev fueron expulsados del partido.

A medida que las medidas contra los oposicionistas se hacían más y más duras, Zinoviev y Kamenev capitularon ante Stalin. Trotsky se mantuvo, convirtiéndose en el único gran dirigente de la oposición, dando su último discurso en Rusia en ocasión del funeral de su amigo Joffe, quien se había suicidado como protesta contra el estalinismo. En enero de 1928, poco más de diez años después de la Revolución, Trotsky volvió a ser deportado, a Kazajstán en esta ocasión. Un año después, fue expulsado a Turquía.

Esta “prisa” de Stalin por sacar a Trotsky del país, debido a que era el único que podía levantar una alternativa a él, paradójicamente salvó la vida a Trotsky. La práctica totalidad de la vieja guardia bolchevique fue fusilada sistemáticamente unos años después, tras hacerlos confesar públicamente bajo tortura la obscena acusación de ser “fascistas” o “terroristas”. También, todos los seguidores de Trotsky en la Unión Soviética fueron exterminados. Incluso su familia fue completamente aniquilada, sobreviviendo únicamente su nieto Esteban Volkov, quien aún vive en México.

Los pronósticos de Trotsky sobre el destino de los países “socialistas” se confirmó acertado. Trotsky planteaba que, o bien la clase trabajadora realizaba una nueva revolución contra la burocracia y recuperaba su poder, o bien la burocracia terminaría restaurando el capitalismo. Tristemente, es esto lo que terminó ocurriendo en todos los países, de la misma manera allí donde los regímenes estalinistas fueron derribados (como en la URSS), como en los que no (como China).

Sus últimos años: la lucha por la IV Internacional

Tras varios años en Turquía, Trotsky fue trasladado a Francia y Noruega, países en los que estuvo bajo una estrecha vigilancia policial, viviendo en la práctica bajo arresto domiciliario. Finalmente, en 1937 el presidente mexicano Lázaro Cárdenas acogió a Trotsky, que vivió durante dos años en la Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera. Aquí Trotsky pudo retomar con mayor libertad su actividad política. Especialmente valiosa fue la colaboración con James P. Cannon, Joe Hansen y Farrell Dobbs, del Socialist Workers Party estadounidense, la mayor organización trotskista del mundo en ese momento.

Desde 1933, el movimiento trotskista se fijó como objetivo impulsar nuevos partidos revolucionarios, independientes de los Partidos Comunistas oficiales, y una nueva internacional, la IV Internacional. Finalmente, la Internacional fue fundada en una conferencia celebrada en la clandestinidad en 1938. En ese momento, el movimiento trotskista apenas contaba con unos pocos miles de militantes repartidos por el mundo, que eran perseguidos a muerte tanto por el fascismo como por el estalinismo.

Su último año lo pasó Trotsky en una casa de la avenida de Viena de México DF, que actualmente se mantiene como casa-museo. Allí, los servicios secretos soviéticos atentaron una vez ametrallando la casa, sin lograr asesinar a Trotski. Unos meses después, un agente estalinista catalán infiltrado en el círculo más cercano de Trotski, aprovechó un momento a solas con él para clavar un piolet en la cabeza de Trotski. A pesar de que el arma consiguió quebrar su cráneo, Trotski logró defenderse, muriendo al día siguiente, a la edad de 60 años.

El legado de Trotsky

Sólo por su papel en la Revolución Rusa, Trotski tendría un lugar de honor en la historia revolucionaria. Sin embargo, su legado más importante fue la defensa y transmisión del marxismo revolucionario para las posteriores generaciones. Trotski fue el último bolchevique, el único representante vivo del Partido de Lenin y la Internacional Comunista. Sin la infinita resistencia y perseverancia de Trotsky, Stalin habría extinguido el legado del marxismo revolucionario. “Historia de la Revolución Rusa”, “La revolución traicionada”, “En defensa del marxismo”, “La revolución permanente”, y cientos de obras más… son patrimonio de todos los revolucionarios socialistas hoy, al nivel de las obras de Marx, Engels o Lenin.

Pero Trotsky no fue un académico, fue un militante de la Revolución. Más allá de sus escritos, se legado vivo fue la IV Internacional. La IV Internacional nació en un contexto extremadamente difícil, exterminada desde antes de su nacimiento por el fascismo y el estalinismo. A pesar de las dificultades, sobrevivió, y con ella, la esperanza de la Revolución Socialista. Dirigentes como James Cannon, Nahuel Moreno y otros portaron la bandera del trotskismo a lo largo de las décadas. Hoy, la figura de Trotsky sigue inspirando a militantes revolucionarios de todo el mundo.

Nosotros y nosotras de la LIT-CI nos consideramos sus humildes herederos/as. A pesar de que evidentemente el mundo ha cambiado mucho desde su asesinato, pensamos que su obra y su práctica sigue siendo un pilar fundamental a estudiar para las revoluciones por venir en el siglo XXI. Por eso, en el 80º aniversario de su asesinato, gritamos con orgullo ¡¡Viva Trotsky!!