El pasado 19 de marzo ocurrió la Huelga Mundial por el Clima. Hace más de un año, la pandemia asola el planeta y nos ofrece una pequeña muestra gratis de la catástrofe ambiental provocada por el capitalismo. Al final, demostró que la devastación de los ambientes naturales permite el escape de virus de la naturaleza y su arrastre por un mundo cada vez más urbanizado y que funciona como un único organismo económico, con sus redes de flujo de mercaderías y comunicación interconectando todo el globo.

No piense que esta será nuestra última pandemia. Muchas otras vendrán, puede que hasta más mortíferas. El calentamiento global, sus consecuencias en los sistemas ecológicos, la acelerada destrucción de las selvas tropicales, la explotación en escala inaudita de la naturaleza, y la incapacidad inmanente del capitalismo en resolver la crisis ambiental que el propio sistema ha producido, conducirán a la humanidad a un futuro infausto. E incluso así, se acostumbra a creer más en el fin del mundo que en la posibilidad de superación del capitalismo.

 
Los alertas de las ciencias

El vislumbre de lo que nos espera está en innumerables pesquisas científicas realizadas en todo el mundo y también en los modelos climáticos presentados por el Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos (IPCC) de las Naciones Unidas.

Utilizando un conjunto de esos datos oficiales, el IPCC demostró que la temperatura media de la superficie del planeta subió cerca de 1° desde el siglo XIX, en 1880, siendo que la mayor parte del calentamiento ocurrió en el final de la década de 1970. Es el mayor y más rápido aumento de la temperatura global en más de 800.000 años, según muestras de hielo recogidas en Groenlandia. En 2020, un estudio mostró que la temperatura media de los océanos subió 450% en las últimas seis décadas. También apunta que la elevación de la temperatura es cada vez más acelerada.

Usando computadores, el IPCC hizo simulación de cuatro diferentes escenarios sobre los efectos de los cambios climáticos posibles de ocurrir hasta 2100. Son los llamados “Representative Concentration Pathways” (RCPs), o la trayectoria de concentración de gases de efecto invernadero.

De acuerdo con ello, si muy poco o nada fuese hecho y las emisiones de CO2 continúan creciendo, la proyección del IPCC es que la superficie de la Tierra puede calentarse entre 2,6 °C y 4,8 °C a lo largo de este siglo, haciendo que el nivel de los océanos aumente entre 45 y 82 cm, lo que sería una catástrofe total. Liquidaría las ciudades costeras existentes, modificaría radicalmente el clima, desertificaría la Amazonía y promovería la mayor extinción de organismos vivos en milenios.

Los científicos del IPCC alertan que limitar el calentamiento global entre 1,5 °C y 2 °C sería el camino más racional. Pero, para eso, es preciso disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero en 45% hasta 2030 y llegar a cero alrededor de 2050.

Pero esa proyección solo sería posible en caso de que haya una sustitución de la matriz energética mundial, disminuyendo considerablemente la emisión de CO2 de modo que llegase a cero en 2100, aliada a grandes programas de reforestaciones para secuestro de carbono y de acuerdos climáticos rigurosos que garanticen efectivamente el cumplimiento de las metas. Esta salida sería la racional. Pero el capitalismo no es racional. Estamos en 2021 y ni siquiera uno, un solo municipio en todo el planeta, comenzó a implementar este tipo de medidas.

 
Un nuevo mundo apocalíptico

Finalizado en 2014, el Quinto Informe de Evaluación del IPCC de las Naciones Unidas presenta proyecciones de cómo será el nuevo mundo afectado por los cambios del clima. Algunas de sus conclusiones fueron: el aumento de la temperatura global de la superficie hasta el final del siglo XXI puede exceder 1,5 °C en relación con el período de 1850 a 1900 y, para la mayoría de los escenarios, es probable que exceda 2 °C. Así, el ciclo del agua cambiará en todo el planeta, con aumentos en la disparidad entre las regiones húmedas y secas, así como las estaciones húmedas y secas. Los océanos continuarán calentándose, afectando los padrones de circulación. La cobertura de hielo del mar Ártico continuará disminuyendo, y el nivel del mar continuará elevándose a una tasa superior a las de las últimas cuatro décadas; el aumento de la absorción por los océanos ampliará la acidificación de los mismos, comprometiendo la fauna marina. Por fin, concluyó que la temperatura del planeta continuará subiendo como consecuencia del CO2 acumulado, lo que significa que los cambios climáticos continuarán incluso si las emisiones fueran interrumpidas. Incluso si el capitalismo es superado, el calentamiento global será su herencia por siglos.

Esas proyecciones tienen como base el mundo real observado. Pero, en pocos años, algunas de ellas ya son constatadas y medidas en varias partes del planeta por medio del aumento de la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos. Entre ellas, las elevadas olas de calor en todo el mundo.

La última década demostró que las olas de calor ya son cada vez más frecuentes y pueden ser constatadas en el aumento de incendios forestales por el mundo, como en Alaska e Indonesia, en 2015; en Canadá, California y el Estado español, en 2016; en Chile y Portugal, en 2017; en Australia y Siberia, en 2019; en el Pantanal brasileño, la Amazonía y, nuevamente, en California, en 2020. Sobre la base de los 18 años de datos sobre incendios forestales globales de la NASA y del Sistema Copernicus, de la Unión Europea, se concluyó que los que ocurrieron en Australia, en el Ártico siberiano, en la costa oeste de los Estados Unidos y en el Pantanal brasileño fueron los mayores de todos los tiempos. En la costa oeste de los Estados Unidos, grandes incendios forestales han ocurrido casi cinco veces con más frecuencia actualmente que en los años 1970 y 1980.

El informe del IPCC aún se explaya sobre olas mortales de calor que se tornarán más constantes y afectarán los suelos y las aguas, inviabilizando el cultivo agrícola en vastas regiones tropicales, además de provocar inmensas olas de refugiados climáticos. La ONU estima que más de 250 millones de personas serán llevadas a desplazarse en el curso de este siglo, debido a cambios en el clima.

En este caso, Indonesia, Las Filipinas, el norte y nordeste del Brasil, Venezuela, Sri Lanka, el sur de la India, Nigeria, la mayor parte del África Occidental y el norte de Australia enfrentarán más de 300 días de olas de calor potencialmente letales todos los años. Eso significa que en esas regiones la agricultura y las actividades económicas serían impracticables, y gradualmente estas se tornarán deshabitadas.

 
¿Ver para creer?

En tiempos de negacionismo científico, muchos son, como mínimo, resistentes a los alertas del IPCC. Si la cuestión es ver para creer, no tenemos problemas. Las evidencias también están al alcance de la vista, o más precisamente, de las imágenes hechas por satélites que orbitan la Tierra y permiten una visión global de sus consecuencias, al reunir un conjunto de datos durante muchos años, que revelan las señales concretas de un clima en transformación. Es desde el espacio, por ejemplo, que medimos las grandes extensiones de hielo retrocediendo en casi todo el mundo, incluyendo los Alpes, el Himalaya, los Andes, las Montañas Rocosas, Alaska y el África. Es posible saber que desde mediados de la década de 1970, la masa de hielo tuvo una pérdida acelerada del mismo. El proceso es acelerado. Cada década, la tasa casi duplicaba en relación con las de la década anterior, disminuyendo las áreas de la superficie de los hielos.

 

Datos del programa Gravity Recovery and Climate Experiment de la NASA muestran que Groenlandia perdió en media 286.000 millones de toneladas de hielo por año entre 1993 y 2016, mientras la Antártida perdió aproximadamente 127.000 millones de toneladas en el mismo período.

El clima más caliente en los próximos años puede liberar una parte significativa del carbono aprisionado en el permafrost del Ártico, potenciando el calentamiento y sus efectos sobre todo el planeta. Recientemente, investigadores infirieron que, por cada aumento de un grado Celsius en la temperatura media de la Tierra, el permafrost pueda liberar el equivalente a cuatro a seis años de emisiones de carbono, petróleo y gas natural.

El permafrost es un tipo de suelo encontrado en el norte de Rusia y en el Canadá, constituido por materia orgánica permanentemente congelada. Es una bomba de tiempo climática. El descongelamiento del suelo provoca la rápida descomposición de la materia orgánica y la emisión de gas metano y de dióxido de carbono. Se estima que el permafrost contiene hasta 1,6 mil gigatoneladas de carbono. Solo a efecto de comparación, se estima que la atmósfera contiene 720.000 millones de toneladas de CO2.

El gran problema es que el permafrost está derritiéndose cada vez más rápido. El resultado es la formación de inmensos cráteres de donde salen ejemplares fósiles de megafauna del pleistoceno[1]. Hay varias ciudades del extremo norte de Rusia cuyo suelo se está licuando, provocando desmoronamiento de edificaciones, caminos, etc., como consecuencia del rápido descongelamiento del suelo[2].

Por su parte, los océanos son el mayor sumidero de carbono, absorbiendo 25% del CO2 de la atmósfera. Por eso, el aumento de las emisiones ha provocado un proceso de acidificación. Se estima que la acidez de las aguas superficiales de los océanos aumentó más de 30% en relación con los niveles preindustriales. Y si las emisiones del CO2 continúan en los niveles actuales, la previsión es que aumente en 170% hasta 2100. Ese proceso afecta la producción del plancton marino, base de toda la cadena trófica de los océanos. El fin del plancton es el fin de la vida marina.

Hay ya una estimación de que el número de peces alrededor del mundo se redujo en 4% desde 1930. En algunas regiones, como en el mar del Japón y en el mar del Norte, la reducción fue de 35%. La reducción de la disponibilidad de peces afectará a casi la mitad de la humanidad. Se estima que hoy por los menos 3.000 millones de personas tienen el pez como principal fuente de proteína.

La quema de combustibles fósiles y, principalmente, la agricultura también romperán con el ciclo natural del nitrógeno. Y una mayor cantidad de nitrógeno acaba contribuyendo indirectamente para la emisión de gases de efecto invernadero. El desmedido uso de fertilizantes químicos liberó nitrógeno reactivo en la atmósfera, bajo la forma de óxido nítrico (NO) y dióxido de nitrógeno (NO2). Entre 1970 y hasta mediados de la década de 1990, la producción de nitrógeno reactivo para fertilizantes o como subproducto de la combustión se duplicó, pasando de cerca de 70 millones a 140 millones de toneladas/año. De este modo, la producción de nitrógeno reactivo es mayor que la capacidad de absorción por el planeta por medio de su ciclo natural, que es del orden de 130 millones de toneladas/año.

En el mundo capitalista ningún acuerdo climático dio resultado, ni podrá hacerlo. Todos naufragaron, a despecho de los datos que se acumulan. Mientras tanto, la ciencia camina de ojos abiertos frente a la evolución de la catástrofe climática.

Tal vez la trágica historia de Casandra de la mitología griega sea apropiada para describir los constantes, pertinentes e incómodos alertas científicos. En la mitología, la profetisa se negó a dormir con Apolo y, en venganza fue maldecida por él: tendría el don de ver el futuro, pero nadie jamás creería en sus profecías. Casandra previó la caída de Troya y todos se burlaron de ella.

 
La salida es el fin del capitalismo

La lucha en defensa del agua, de los suelos y de los sistema ecológicos precisa ser acompañada por la estrategia de superar el sistema capitalista y apuntar hacia la construcción de una sociedad socialista, en la que la clase trabajadora tenga el poder político y económico.

Decir que la culpa de la situación actual es del “comportamiento humano” en general, o fundamentalmente de los hábitos de consumo individual, es enmascarar la realidad. El cambio climático tiene responsables con nombre y apellido. Solo cien grandes empresas son responsables por 70% de las emisiones globales desde 1988, según el Climate Accountability Institute.

El capitalismo crea un modo de vida a fin de maximizar el uso de bienes y factores productivos, lo que repercute en la disposición de medios de vida. Crea padrones de consumo para que se vendan mercaderías. Cambios individuales de consumo son insuficientes y no van a alterar el sistema. Cambios del modo de vida y de los hábitos solo son realizables cuando se alteran totalmente las relaciones sociales.

La lucha por el medio ambiente es una lucha por la superación del capitalismo y por la construcción de una sociedad socialista que ponga fin a la explotación irracional y el pillaje del planeta. Una sociedad socialista, basada en la propiedad social de los medios de producción, pero que también promueva una revolución de las fuerzas productivas, pues, bajo el capitalismo, ellas se convierten en fuerzas destructivas. Es ingenuo pensar que la tecnología nos salvará, así como es ingenuo pensar que fue el desarrollo tecnológico el que produjo la catástrofe ambiental. Una sociedad socialista precisa crear nuevas tecnologías volcadas al bienestar de la humanidad, restablecer el metabolismo social y una relación racional con los procesos naturales.

Más que nunca se hacen actuales las palabras de Engels:

“Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, o sea, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que pertenecemos a ella (…) todo nuestro dominio sobre ella reside en la ventaja que poseemos, sobre otras criaturas, de conocer sus leyes y de poder usar ese conocimiento juiciosamente (…) Cuanto más avanza ese conocimiento, más los hombres no solo se sentirán sino sabrán que hacen parte de una unidad con la naturaleza, y más se tornará insostenible la idea absurda y contranatural de oposición entre espíritu y materia, entre hombre y naturaleza” (Dialéctica de la Naturaleza).

 

Notas:
[1] La megafauna del pleistoceno era formada por animales gigantes que convivieron con el hombre hace más de 11.000 años, entre ellos: los tigres de diente de sable, mamuts, los perozosos gigantes, las antas, los tatús gigantes, y otros.
[2] Essa poderosa fuente de emisión fue considerada por el Panel Intergubernamental de Cambios Climáticos de la ONU recientemente, en 2014, en el quinto informe de proyecciones de los cambios climáticos. Pero, en realidad, aún hay pocos estudios que puedan dar una real dimensión de esa Caja de Pandora climática y de cuánto estrago esta puede efectivamente causar.