En la misma línea que otros países europeos, Sánchez anunció su pretensión de aumentar progresivamente el presupuesto en Defensa hasta un 2% del PIB. Según él, este incremento se justifica para cumplir con el mandato de la OTAN, por «solidaridad con los otros países de la Alianza que ya lo están haciendo» y porque «nuestra seguridad tras la invasión de Putin a Ucrania está amenazada y reforzarla tiene un coste».

Este anuncio no tiene NADA QUE VER con apoyar la resistencia ucraniana, a la que los países imperialistas mandaron armas a cuentagotas. España envió 20 toneladas de material defensivo y sanitario, en el que figuraban trajes de protección nuclear, 5.000 cascos, chalecos antibalas y detectores de minas. Y contribuyó con algo menos de 45 millones de euros, a diferencia de los 450 millones que la UE destinó para financiar el suministro de armamento a Ucrania, que posteriormente se amplió en 500 millones más.

El 4 de marzo mandó 1.370 lanzagranadas, 700.000 cartuchos de fusiles y ametralladoras ligeras. Ametralladoras que, según fuentes militares, estaban retiradas «porque se atascaban y encasquillaban mucho». Sánchez se ha comprometido ante Zelensky en el Congreso al envío de más armas. Pero no se saben más detalles. Y en eso ha consistido todo el operativo de ayuda militar a Ucrania. 

Ahora veamos cuál es la cifra del gasto militar en el Estado Español, cuyos números varían en varios miles de millones según quién lo calcule. Según el propio Sánchez, desde que él llegó al gobierno, el gasto militar subió de un 1,25% del PIB a un 1,40%, lo que constituye un aumento considerable. Un estudio del Centro Delas lo eleva al 1,78% del PIB, casi 23.000 millones de euros anuales, si al presupuesto asignado a Defensa le sumamos otros con finalidad militar repartidos en otros ministerios (como el gasto en Guardia Civil por ser un cuerpo de naturaleza militar). 

Un récord histórico que supone que cada día gastamos en el ámbito militar 62 millones de euros. Si comparamos este gasto con el comprometido para ayudar a Ucrania, vemos como el apoyo militar que el Estado Español envió hasta ahora a la resistencia, además de «chatarra varia», no pasa de ser «pura calderilla». Es una falacia y pura demagogia, intentar relacionar una cosa con la otra.

El rearme militar imperialista es una amenaza a la clase trabajadora y los pueblos

La decisión de Sánchez se inserta en la lógica del resto de países imperialistas, que están instrumentalizando el rechazo a la invasión para fortalecer sus propios aparatos militares detrás de un discurso falaz de «defensa de la democracia». El gasto militar anunciado por Sánchez, que aumentó hasta un total de 950 sus efectivos en las fronteras cercanas a Rusia, servirá, entre otras cosas, para reforzar el sistema defensivo y ofensivo del ejército español, bajo la sombra de la OTAN.

La clase trabajadora y los pueblos no estamos más seguros y protegidos sino más amenazados por esta alianza militar y por el rearme y militarización que EE. UU. y la UE están poniendo en marcha, cuyo objetivo es preservar los intereses geoestratégicos en la zona de sus burguesías y sofocar las revueltas de los pueblos.

El aumento del gasto militar significará, además, un recorte aún mayor en Educación, Sanidad o Servicios Sociales, que pagaremos la clase trabajadora. Unos recortes que ¡también matan! Es por todo ello que ¡nos oponemos al incremento de un solo euro en gasto militar y rechazamos la carrera armamentista desencadenada por el gobierno español y todos los gobiernos imperialistas! 

El pueblo en armas

Frente a los ejércitos profesionales del mundo, l@s revolucionari@s oponemos un criterio militar democrático, el mismo que estuvo en la base de la lucha de los pueblos contra las tiranías en los siglos XVIII y XIX: la milicia de todo el pueblo. Un ejército de esa naturaleza no tendría otra misión que asegurar la defensa frente a ataques exteriores, así como neutralizar cualquier intentona reaccionaria golpista. Este criterio de milicia permitiría a la población adiestrarse en el manejo de las armas y la defensa civil, con formas de instrucción alternativas para quienes por convicciones religiosas o de otra índole, se opongan al uso de las armas. 

Un ejército de milicias así reduciría drásticamente el gasto militar, eliminando gigantescos dispendios en armamento que carecen de justificación y reduciendo cualitativamente el número de jerarcas y especialistas profesionales.