El desánimo y la desesperanza son hoy la tónica general entre los/las activistas jóvenes y muchos/as trabajadores/as, y no sin motivo. Es cierto que la situación que estamos viviendo es muy descorazonadora: hoy no conocemos ya el trabajo estable, tenemos enormes dificultades de acceso a la vivienda, estamos viviendo la devastación del planeta y el agotamiento de recursos y ningún gobierno es capaz de tomar medidas reales que pongan fin a la precariedad laboral y a la emergencia climática. Mientras tanto, los grandes medios de comunicación ofrecen imágenes de multimillonarios viajando a Marte o comiendo carne bañada en oro. Parece una especie de sueño febril.

Esta situación, que a ojos de cualquiera, parece absurda o una broma de mal gusto, tiene nombre: capitalismo. Este sistema enfermo explota todo lo que pueda explotar, desde recursos naturales hasta personas y pueblos enteros, generando así la más cruel desigualdad, en la que en la misma ciudad podemos encontrar gente durmiendo en la calle y grandes tenedores con más de una vivienda en su propiedad.

¿Por qué seguimos hablando de socialismo?

La disyuntiva “socialismo o barbarie” no es una perspectiva futura aunque se hace más real y más urgente que nunca. Hace años el mundo viene sufriendo una brutal y acelerada transformación. A la grave situación de emergencia climática y crisis migratorias debemos sumar los millones de muertos/as por la pandemia de la Covid-19, los muertos/as y desplazados/as por las catástrofes naturales y las guerras y el aumento generalizado de la miseria, la desocupación y la hambruna. La crisis social y económica favorece la profundización de lacras como el racismo y la xenofobia, el machismo y la homofobia, y de la extrema derecha que las acompaña. El mundo está en plena mutación y la clase trabajadora y los países más pobres nos estamos llevando la peor parte. 

El sistema capitalista en el que vivimos no da más. Ningún gobierno en el mundo es capaz de garantizar el pan, el trabajo, el techo, la igualdad o suministros básicos para toda la población. El capitalismo nos está condenando a la destrucción. Todo lo que podría ser un gran avance se está convirtiendo en una nueva amenaza para el planeta y para la humanidad. Producimos, a escala mundial, tres veces más de lo que consumimos y, aún así, hay pueblos que mueren de hambre y no disponen de infraestructuras necesarias para vivir dignamente. ¿Cuál es el problema entonces, la especie humana en general? En absoluto, tenemos la capacidad de crear, de inventar, investigar y descubrir, pero hay una clase social parasitaria que está dirigiendo todo esto, y lo conduce únicamente a su beneficio económico. 

Solo con la expropiación de las grandes empresas, la planificación democrática de la economía y un gobierno de los y las trabajadoras podemos garantizar que las necesidades de la humanidad se satisfagan, no las de unos pocos parásitos, sino las de la gran mayoría trabajadora. 

Cuesta imaginar otra manera de producir y organizarse, es difícil imaginar una sociedad opuesta a la actual, pero no hay que temerle al socialismo, sino al capitalismo. Demostramos día tras día que somos la clase trabajadora quien genera riqueza, quien transforma las materias primas en mercancías y así construimos el mundo. Todo lo que existe hoy, lo hemos producido nosotros y nosotras. Y no solo eso, sino que también generamos nuestro propio salario y las escandalosas ganancias de los empresarios, que se adueñan de nuestro esfuerzo y trabajo. No les necesitamos. Lo que necesitamos es ponernos a la cabeza de la producción, organizar nuestra clase junto con los sectores más oprimidos y hacer una revolución que ponga bajo nuestro mando los medios de producción y la planificación económica. Es posible trabajar menos y trabajar todas sin poner en riesgo nuestra vida y nuestra salud, es posible una producción que sea respetuosa con el medio ambiente y acorde con las necesidades, es posible que nadie pase hambre y se deje de tirar comida, es posible una Educación y Sanidad para todo el mundo, es posible también un mundo sin opresiones. Todo eso es posible únicamente bajo la bandera del socialismo y todo eso no puede producir temor, sino más convencimiento para ponernos a trabajar desde ya.

El estalinismo ni es marxista ni es socialista

Lamentablemente, hablar hoy de socialismo requiere una explicación, porque su nombre fue manchado por el aparato estalinista y sus cómplices.  

Con la premisa del socialismo como algo inevitable, cometieron los hechos más contrarrevolucionarios jamás conocidos. Con la excusa de la inevitabilidad del socialismo, abandonaron a la clase trabajadora española en plena revolución contra un golpe de estado que después se convertiría en 40 años de dictadura, traicionaron la revolución alemana que abrió las puertas al nazismo, firmaron el pacto Ribbentrop-Mólotov con Hitler, enterraron la IIIª Internacional y accedieron a coexistir pacíficamente con el imperialismo. ¿Cómo se puede abogar por el socialismo sin internacionalizar la revolución? ¿Cómo se puede acabar con el capitalismo haciendo pactos de no agresión con sus mayores agentes? 

El estalinismo no merece siquiera la etiqueta de corriente dentro del marxismo, porque lo único que hizo fue justificar una política para mantener sus beneficios políticos con una teoría inventada, dejando atrás el materialismo histórico de Marx y Engels y la continuidad del legado de Lenin. 

Para nosotras, el socialismo no tiene nada que ver con Stalin, ni con Mao, ni con toda esa casta que presenta China o Venezuela como países socialistas, cuando realmente son dictaduras capitalistas que oprimen al pueblo trabajador, la élite burguesa tradicional ha sido reemplazada por una nueva burguesía que se ha enriquecido con los negocios patrocinados por el gobierno y la más descarada corrupción, manteniendo intacta la propiedad privada.

Después de la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS se empezó a extender la idea de que el socialismo fracasó, que ya no veríamos más revoluciones hasta dentro de muchas décadas. Con esta excusa se ha apelado a la unidad con la burguesía, los frentes amplios y organizaciones supuestamente revolucionarias se integraron por completo dentro del reformismo y redujeron su política al marco institucional burgués, condenando a la clase obrera a todo tipo de traiciones y huérfana de partido revolucionario.

Se hace urgente construir una fuerza revolucionaria

El capitalismo es un sistema condenado a crisis cíclicas, ya que la razón de su existencia es la acumulación del capital de unos pocos, a costa de recursos naturales y humanos, por ello es insostenible, en primer lugar, porque los recursos son limitados. Si bien Marx y Engels, con su materialismo histórico, tenían claro que, bajo la propiedad privada, todo sistema está condenado a perecer, nada nos garantiza llegar al socialismo.

En los años que vienen nos encontraremos con una crisis cada vez más aguda, con más pobreza y, a la vez, con más explosiones en todo el globo. Estos estallidos no nos conducirán inevitablemente al socialismo. Para que una revolución sea triunfante y podamos poner en pie un gobierno de los y las trabajadoras y el pueblo necesitamos ese factor consciente, el partido revolucionario. Trotsky lo resumió de la siguiente manera: “la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria”, y es que sin ésta, por muchos estallidos y revoluciones que surjan, jamás triunfará el socialismo.

¡Es hora de transformar la desesperanza en organización y lucha! 

Como decíamos al principio, la desmoralización ataca nuestras organizaciones, ya sean partidos, sindicatos u organizaciones barriales, pero nosotros creemos que para vencer esa desmoralización debemos entender cómo funciona el mundo y por qué funciona así, y comprender que estamos en el lado que tiene todo el potencial para vencer y cambiar las reglas del juego, porque lo hemos demostrado a lo largo de la historia: cuando la clase trabajadora sale y lucha, el mundo tiembla y avanza. Por ello, te invitamos a construir Corriente Roja y, a su vez, la LIT.ci, con este optimismo revolucionario. 

Llamamos a todo aquel/aquella que crea que otro mundo es posible a construir Corriente Roja, un partido que, preservando los principios, el programa y la tradición leninista, construimos la Liga Internacional de los Trabajadores, porque creemos que solo enterraremos este sistema podrido de una vez por todas cuando se haga en todo el mundo. Construimos la LIT.ci porque queremos estar armados y armadas en los próximos ascensos revolucionarios y queremos ser capaces de tener el programa y la estrategia revolucionaria para vencer.