Este 17 de mayo viene marcado por una noticia traumatizante para el colectivo LGTBI: sale a la luz una serie de asesinatos de hombres homosexuales residentes en la capital vizcaína. Durante el 2021 al menos cuatro hombres fueron envenenados con éxtasis líquido por un asesino que quedaba con ellos a través de una app de citas; otros dos lograron zafarse de un intento de estrangulamiento, los cuales dieron la voz de alarma a la Ertzaintza.

Tanto la prensa como el consejero de Seguridad del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, barajan como principal móvil de los asesinatos en serie el económico, pues el asesino, que se entregó a la Ertzaintza el pasado 5 de mayo, saqueaba las cuentas bancarias de sus víctimas tras asesinarlas. Aún con todo, y teniendo en cuenta la indignación que han venido causando recientes agresiones LGTBIfóbicas, como el asesinato homofóbico de Samuel, las declaraciones son cautelosas en lo referente a la homofobia implícita en los asesinatos, ya que como declarase el consejero de Seguridad “una cosa (motivación económica) no quita la otra (factor de odio)”.

Independientemente de que nos encontráramos ante un asesino con rasgos psicológicos de psicópata, es imposible obviar que la elección de sus víctimas no tiene nada de casual: la indefensión del colectivo también proviene de su aislamiento social, el estigma en torno a las relaciones homosexuales expulsa al colectivo de la esfera social pública confinándolo a las apps de encuentros casuales, donde se produce el eco del prejuicio que se retroalimenta entre los hombres gays: la promiscuidad que se les atribuye va acompañada de un señalamiento social que les condena a la inmediatez de la clandestinidad, a la culpabilidad, a la privacidad de sus casas; algo que el asesino claramente aprovechó.

Todes hemos escuchado alguna vez eso de “a mí no me importan lo que hagan en la cama, pero que no salga de ahí”. En este caso, lo único que salió de las camas de las víctimas fue la tranquilidad de un asesino que se respaldaba en la marginación social de sus víctimas, a las que no se ha reconocido como tales hasta que el asesino ha dejado supervivientes.

Para combatir la LGTBIfobia que estructura las vidas del colectivo como víctimas, debemos contar con la solidaridad de la mayoría social a la que no le interesa sostener este sistema violento y hambreador, es decir, necesitamos solidaridad de clase, la de la clase trabajadora. Enfrentar en las ideologías reaccionarias el interés del “divide y vencerás”, unirnos en solidaridad por aquellas causas que nos interesan a todes: más recursos para la educación pública, que incluya educación sexual y en valores de igualdad, la depuración de los jueces machistas y LGTBifóbicos que reparten impunidad o la creación de empleo público para acabar con el paro estructural, que afecta especialmente al colectivo, son solo algunos ejemplos del interés de clase que nos une ante la LGTBIfobia del sistema y sus garantes.